Fulton Sheen en Español

Presentado porFrancisco Rojas

El arzobispo estadounidense Fulton John Sheen fue uno de los líderes católicos más reconocidos e influyentes del siglo XX. En este podcast les presentamos las enseñanzas del Obispo Sheen en español.

06 – Triple Transferencia

  • Episodio: 6
  • Serie: Un retiro para todos (A retreat for everyone)
  • Título: Triple Transferencia (Triple Transference)

Resumen

Este es el 6/15 discursos dados por el arzobispo Fulton Sheen durante un retiro para el clero, religiosos y laicos. El título original en inglés es «Triple Transference». En este episodio, el obispo Sheen explica cómo nuestro Señor Jesucristo transfirió sobre sí mismo nuestros pecados y sufrimientos.

Transcripción

Como pueden ver, traje a mi coro conmigo esta noche. Me gustaría felicitar al Sr. Laufman, el organista, no solamente por su excelente interpretación sino también por traer a la iglesia un tempo y un espíritu que nos hace creer en la resurrección. Con frecuencia, las canciones son interpretadas muy lentamente, pero él ha inyectado un espíritu de alegría, y me gustaría agradecerle.

Lamento que no tengamos los mejores asientos para ustedes. Cuando los veo me acuerdo de una predicación un domingo de pascua en la catedral de San Patricio en Nueva York. La admisión a la misa de las 11 de la mañana era con tiquete únicamente. Un hombre vino a la rectoría aproximadamente una hora antes de la misa, y lo recibí en la entrada. Él no me reconoció, y me dijo: «Le doy $50 por un tiquete para escuchar al obispo Sheen,» yo le respondí: «Mi querido hombre, puede tomar el púlpito por $50.»

Esta noche les voy a hablar sobre algo que les concierne a ustedes, y de hecho, a todos nosotros, porque todos tenemos pruebas, ansiedades y sufrimientos de algún tipo. Primero que nada, están los incidentes desafortunados en el matrimonio: cáncer, niños con discapacidad intelectual, dificultades financieras y similares. Y, ¿cómo deben verse estos incidentes en el contexto de nuestra fe?

Ustedes recuerdan a Job. Siempre se nos ha presentado a Job, en el antiguo testamento, como alguien que tuvo tantos sufrimientos como cualquier otro. El pobre Job, como ustedes sabrán, perdió todos sus hijos e hijas; perdió todos sus camellos; todas sus ovejas; toda su propiedad. De hecho, Dios lo despojó de todo excepto de su Señora, porque su Señora debía ser parte de sus problemas. Y, ¿de qué sufrió el pobre Job? no lo sabemos; pudo haber sido herpes o lepra, en cualquier caso tuvo que vivir fuera de la casa; y ella le dijo: «¿Aún persistes en tu integridad? Maldice a Dios y muérete.» Y él le respondió: «Yahvé me lo ha dado y Yahvé me lo ha quitado. Bendito sea el nombre de Yahvé.» Y Job se rehusó a impacientarse. Pero él tenía consejeros, y los consejeros lo visitaron, primero por siete días, y permanecieron en silencio durante ese tiempo, pero después empezaron a explicarle sus problemas: «Job, no has vivido una buena vida; Job de alguna manera has pecado.» Y job empezó a hacerle preguntas a Dios: «¿Por qué nací?; ¿Por qué fui amamantado por los senos de mi madre?; ¿Por qué vi la luz del día?» Y así continuaron las preguntas. Estas fueron preguntas para las cuales nos gustaría tener respuesta. Si un dramaturgo de Broadway hubiese escrito la historia de Job, cuando Job formuló todas esas preguntas, el dramaturgo hubiera hecho que Dios caminara en el escenario, y dijese: «Job responderé todas tus preguntas, todo cobrará sentido.» Pero cuando Dios aparece realmente, ¿qué hace? Le hace más preguntas a Job: «¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? ¿Dónde se sientan sus bases? ¿Quién puso su piedra angular? ¿Dónde viven las tinieblas? ¿De dónde sale el hielo? ¿Quién pare la escarcha del cielo? ¿Puedes atar los lazos de las Pléyades? ¿Puedes hacer salir a su hora la Corona, guiar a la Osa y a sus crías? ¿Levantas tu voz a las nubes? ¿Tienes de mensajeros a los rayos?, ¿acuden a tí y te dicen: “Aquí estamos”?»

Cuando Dios terminó de hacerle preguntas a Job, Job entendió que las preguntas de Dios eran más inteligentes que las respuestas de los hombres. Y él simplemente aceptó la voluntad divina, y al final, todo le fue restaurado a Job: todos sus hijos, todas sus hijas, todo su ganado, toda su fortuna, y esa es la razón por la que Dios conservó a la Sra. Job —no, ¿no lo entendieron? porque hubiera tenido dos— y desde ese entonces hemos estado preocupados con el problema del mal.

Ahora bien, no hubo respuesta en ese entonces al problema del mal; tampoco los consejeros tuvieron las respuestas correctas, de hecho, Dios le dijo a los consejeros que fueran a donde Job a ofrecer sacrificios, para que Job intercediera por eso estúpidos consejeros. No hay ninguna respuesta filosófica racional al problema del mal, así que, bien podrían ustedes dejar de hacer preguntas. Podemos encontrar el mal al inicio de las escrituras: «En el principio creó Dios el cielo y la tierra,» y después, dice en la siguiente línea: «La tierra era caos y confusión.» De alguna forma ya había maldad en la tierra, probablemente debido a la caída del ángel. Por lo tanto, las escrituras no explican el mal; la única respuesta que hay es que hubo una apertura del cielo a la tierra, y Dios descendió a la tierra para tomar sobre sí mismo todos nuestros pecados, para soportarlos y mostrarnos cómo hacerlo, esta es la única respuesta. En otras palabras, nuestro Señor tomó nuestro lugar, y transfirió sobre sí mismo todos los males que nosotros podemos sufrir. Él cargó con todos ellos. Digo “transfirió sobre sí mismo”. Con transferencia quiero decir que tomó la carga que era nuestra, y la puso sobre sí mismo. Ustedes deben de haber visto la imagen en la historieta del niño que cargaba a su hermano herido, y dijo: «Él no pesa; él es mi hermano,» eso es transferencia. Ustedes saben qué es una transferencia financiera: alguien paga su deuda.

Una vez fui a Lourdes a celebrar el 5to aniversario de mi ordenación. Solo tenía suficiente dinero para ir a Lourdes, pero no lo suficiente para hospedarme una vez estuviese allí. Así que decidí que si tenía la fe suficiente para ir hasta Lourdes a celebrar el aniversario de mi ordenación, le correspondía a la Santísima Virgen hacerse cargo de mí. Así que fui y me hospedé en el mejor hotel en Lourdes. Cuando ustedes  piden milagros no deben ser tímidos. Pues bien, el mejor hotel en Lourdes es apenas un hotel de 5to o 6to grado de aquí, y me hospedé en él por 9 días. Y al noveno día recibí la cuenta; era realmente sorprendente, hasta tuve visiones de la gendarmería francesa, y me ví lavando platos por el resto de mi vida. De manera que fui al medio día del 9no día a la gruta, y no pasó nada. Por la tarde tampoco sucedió nada, entonces se volvió seria la situación. Pensé que le daría otra oportunidad a la Santísima Virgen, así que fui a la gruta nuevamente a las 10 de la noche. Un hombre bien vestido me tocó en el hombro, y me preguntó: —¿Es usted un sacerdote estadounidense? —Sí. —¿Habla francés?  —Sí. —¿Conoce París? —Sí. —¿Estaría usted dispuesto a ir con nosotros a París mañana, y mostrarnos París, y hablar francés por nosotros? Él me acompañó hasta el hotel, y me preguntó: —¿Ya pagó la cuenta del hotel? No creo que exista en el español una pregunta más resonante que esa. Nunca lo olvidaré. Así que le hice pagar la cuenta. Luego regresé a Lovaina, donde estaba estudiando, con mucho más dinero del que había salido. ¡Eso es transferencia!

Ahora llegamos a los tres tipos de males que afligen a la humanidad: físico, mental y moral. Y vamos a ver cómo todos estos males fueron transferidos a nuestro Señor y cómo Él cargó con ellos, para mostrarnos que pueden ser cargados y superados. Un ejemplo bastante sencillo de esta transferencia me lleva a mi niñez. Déjenme decirle a las generaciones jóvenes, como usted mi querida niña, que usted está viviendo en una época en la que el aceite de ricino es prácticamente desconocido. Pero hay muchos en esta congregación que fueron criados con aceite de ricino. Ahora bien, no hay manera alguna de disimular el mal sabor del aceite de ricino; el jugo de naranja no funciona. ¡Nada funciona! Pues bien, yo tuve que tomar aceite de ricino. Mi abuela servía una cucharada, se la tomaba y decía: «¿Ves? No es nada. Sabe rico.» Yo sabía que la mataba, justo como me mataría a mí más adelante, pero ella lo tomaba de todas formas. Ella me estaba enseñando que la agonía del aceite de ricino podía soportarse. Ella no hablaba de ello, ella actuaba.

Ahora veamos cómo nuestro Señor transfirió sobre sí mismo todos los males. Primero, los males físicos. En el evangelio leemos que nuestro Señor asumió nuestras enfermedades y dolencias. Pero no existe evidencia de que nuestro Señor estuviese enfermo alguna vez. ¿Por qué, entonces, decimos que asumió nuestras enfermedades y dolencias? Primero que nada, déjenme probarles que Él nunca estuvo enfermo. Nada físico tocó a nuestro Señor hasta que Él dijo: «Esta es vuestra hora.» (La hora del mal). Intentaron arrojarlo por una colina; Él caminó entre ellos ileso. Tres veces intentaron lapidarlo; dijeron que no era su hora. La policía vino a arrestarlo; Él los arrestó con sus palabras. No fue sino hasta que Él dijo: «Esta es vuestra hora,» que ellos pudieron tocarlo y hacerle daño. Entonces, si Él no sufrió ninguna dolencia física, ¿por qué las escrituras dicen: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.»? Porque existe algo llamado empatía, lo cual es algo mucho más profundo que la simpatía. La simpatía está en el exterior; la empatía en el sufrir con… Aquellas de ustedes entre la audiencia que son madres, han visto a sus hijos, a sus niños, sufrir; y han dicho que ustedes asumirían gustosamente ese sufrimiento. De cierta forma ustedes sufren más que sus hijos, porque ustedes están más conscientes de la agonía por la que está atravesando el niño. Un amante también le diría a su amada que se encuentra enferma: «Desearía poder asumir tu agonía.» Por lo tanto, hay quienes tienen una empatía tan profunda por otros que, de hecho, llegan a sentir sus dolores.

Un distinguido psiquiatra en Suiza dijo que al final del día podía sentir los males mentales de los pacientes que había atendido. También está la historia del indio que vio cómo un granjero golpeaba a un búfalo, por la noche, cuando se quitó la camisa, tenía las marcas de los golpes en su espalda. Pues bien, algo similar hizo que nuestro Señor asumiera los sufrimientos de aquellos con quienes se encontró. Por lo tanto, cuando Él curó al ciego, al sordo y al mudo, ¿qué dicen las escrituras que hizo nuestro Señor? ¡Suspiró suspiró! Yo creo que cuando nuestro Señor curó al ciego, sintió la ceguera de un Milton; cuando curó al sordo, sintió la sordera de un Beethoven; cuando curó al leproso, sintió su lepra como si fuera suya. Y en tres ocasiones lloró: lloró por los pecados en la agonía de Getsemaní; lloró por una cultura decadente en la civilización; y lloró con dos hermanas por la muerte de su hermano. Él estaba compartiendo sus dolencias. Así que nuestro Señor asumió sobre sí el sufrimiento. Es por eso que cuando la mujer sirofenicia tocó la orla de su manto, dicen las escrituras que nuestro Señor sintió un poder salir de Él; una fuerza salir de Él. ¿Por qué? Porque perdía fuerzas, así de grande era su empatía. Para poder darle fuerza y poder a otros, con frecuencia, debemos perderlos nosotros. Así que Él sintió una disminución, por así decirlo, de energía, y le fue transferida a esa mujer. Por consiguiente, no hubo ningún tipo de enfermedad o mal físico que nuestro Señor no asumiera sobre sí mismo.

Ahora bien, además de los males físicos, existen los males mentales. Existen niños con síndrome de down y personas con discapacidad intelectual. Y están aquellos que han hecho de sus vidas un infierno: los pesimistas y los existencialistas de nuestros días; los ateos, temerosos de la oscuridad; la soledad de las almas; la oscuridad de quienes una vez tuvieron fe y la perdieron. ¿Cómo será redimido este último grupo que mencioné? Solamente por nuestro Señor, quien asume su soledad y su abandono. Él también tuvo que asumir el sentimiento de abandono que sobreviene a estos niños. Nosotros creemos que cuando ellos mueren, mueren inocentes, y serán llevados a la presencia de Dios. Pero de igual manera, Él cargó con todas las agonías mentales del mundo, cualquiera que sean. Y en ese gran momento en que el sol ocultó su luz, como avergonzado de iluminar la escena del crimen de deicidio, Él gritó: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Casi fue un momento en el que Dios fue un ateo. Él estuvo al borde del infierno, tomando sobre sí nuestros males, para que nosotros no dijéramos: «¡Dios no sabe lo que es ser así!» 

Un amigo mío, el Dr. Richard Wurmbrand, un ministro luterano, nació judío en Rumanía. Se hizo ateo, comunista y luego fue convertido al cristianismo por un viejo judio quien oró por 75 años para poder convertir a un judío. Y cuando los soviéticos ocuparon Rumanía, auspiciaron un congreso sobre religión, y les dijeron a los protestantes, católicos, unitarios, musulmanes y todos los demás que asistieron: «Vamos a deshacernos de la religión. Habrá un nuevo despertar en el mundo.» Algunos obispos ortodoxos, sacerdotes católicos, ministros protestantes y musulmanes, se levantaron, uno tras otro, y se suscribieron al comunismo. Algo que bien podría suceder en nuestros días, si estuviésemos en esa misma situación. Aquellos comprometidos con el mundo, se comprometerían entonces, y con más razón aún. La esposa del Dr Wurmbrand, Sabina, le dijo: —¡Levántate y limpia la vergüenza de la cara de Cristo! —Si lo hago pierdes a tu esposo —replicó él. —¡No quiero a un cobarde como esposo! —dijo ella. De manera que él se levantó, y defendió la religión, y finalmente, aquellos quienes habían desertado, empezaron a aplaudirle. Los comunistas le quitaron el micrófono, y fue arrestado de camino a su casa. Estuvo 13 años en una prisión comunista. Tres de los cuales los pasó en un calabozo a 30 pies de profundidad, sin ver la luz del día. Torturado de una manera indescriptible; puesto en el calabozo con ratas hambrientas. ¿Por qué? Porque insistía en predicar el evangelio a los prisioneros. 

Yo le pregunté una vez: «¿En qué pensaste cuando estabas en el calabozo con ratas hambrientas?» Él me respondió: «Pues, yo soy judío. Yo hablo hebreo. Y esas palabras de nuestro Señor en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” están en el pasado; no en el presente. De manera que nuestro Señor no estaba diciendo: “¿Por qué me estás abandonando?” sino “¿por qué me has abandonado en el pasado?” En otras palabras, nuestro Señor lo estaba considerando como ya completado.» 

«Él, en vista del gozo que se le proponía, soportó la cruz….» Ciertamente, una victoria triunfal. Él no fue abatido por la crucifixión sino que miró hacia adelante, hacia la pascua. Y el Dr. Wurmbrand dijo: «De manera que yo miré las ratas exactamente de la misma manera: “Yo sé que saldré de aquí, yo confío en el Señor. Así que voy a hacer como si estas ratas ya hubieran estado conmigo en el pasado.” —Luego dijo—. Aquellas ratas que aún tenían fuerzas royeron pedazos de carne de mis pies, y aquellas que ya estaban muriendo de hambre no hicieron nada, solo se quedaron en la esquina filosofando, y después de una semana no me hicieron nada, y finalmente me dejaron salir de ese encarcelamiento.»

Si hay un hombre que podría inspirarlo a uno a odiar, es este hombre. Pero vean cómo logró atravesar esa situación, y logró superarlo. ¿Por qué? Porque él estaba relacionándolo a la pasión de Cristo, quien ya había atravesado por lo mismo.

Todo el tiempo que él y su esposa estuvieron en prisión, su hijo corría por las calles de Rumanía, porque no podía conseguir trabajo, ya que sus padres eran prisioneros políticos ante los ojos de los comunistas. Pero él era cristiano. Más tarde conoció a una joven israelíta, quien había sido convertida por un amigo del Dr. Wurmbrand, de manera que Michael y Judith, la joven israelíta, fueron bautizados. Y les cuento esto porque estoy muy feliz, ya que ellos tuvieron un hijo recientemente, y decidieron ponerle mi nombre. Me alegra poder ser parte de esta gran tradición judía y cristiana de un hombre que fue fuerte durante su persecución. Así que él lo superó. Cualquier persona llena de odio puede superarlo en unión con Cristo.

Ahora tenemos los males morales, el más serio de todos. ¡La culpa! Y nuestro Señor tuvo que cargar con esto también. Él cargó nuestras transgresiones. Él fue nuestro representante. Merecemos morir por nuestros pecados. Él tomó nuestra muerte sobre sí. Y cuando asumió la muerte, nosotros, de cierta manera, morimos también. Déjenme explicarles cómo Él transfirió nuestra culpa moral sobre sí mismo. Imaginen a un juez sentado en el estrado. Ante él está su hijo; su hijo es culpable de homicidio, no cabe duda de ello. Toda la evidencia ha sido presentada. Así que su padre debe dictar la sentencia. Él hace justicia, y condena a su hijo a muerte. Pero inmediatamente después de haber condenado a su hijo, baja del estrado, y le dice a su hijo: «Yo asumiré tu sentencia.» ¡Eso sería misericordia! Habría una transferencia de culpa del hijo al padre, pero entonces el padre deberá morir. Ahora bien, esto no ilustra por completo lo que sucedió cuando nuestro Señor tomó nuestros pecados sobre sí. Supongamos que al momento en que el joven fue condenado por haber asesinado a otro joven, la víctima entrara caminando, ¿qué diría el joven condenado? «¡No pueden condenarme! ¿Dónde está el cadáver de la víctima? ¿Cuál es la evidencia de que yo haya matado a alguien? ¿Me vieron asesinarlo? ¡Él no está muerto, está vivo! ¡Demando que se me libere!» Esto es exactamente lo que son el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. Somos culpables de la muerte de Cristo, pero Él se levanta en la gloria de la Pascua. De manera que, siendo culpables de su muerte, podemos decir: «¡Lo ven, soy libre!» ¡Eso es la Pascua! ¡Eso es la resurrección! Esa es la fe en Cristo en relación a la culpa por nuestros pecados.

Retomando la triple transferencia, ustedes preguntarán: «¿Sabe Dios lo que es sufrir? ¿Alguna vez tuvo Dios una migraña, como si estuviese coronado con espinas? ¿Sabe Dios algo sobre la infidelidad; fue traicionado por los suyos? ¿Sabe Dios lo que es el hambre; alguna vez pasó 10 o 12 días sin pan? ¿Sabe Dios lo que es tener sed y sobre aquellos que mueren de sed en el desierto? ¿Sabe Dios algo sobre los heridos en el campo de batalla con su carne colgando de su cuerpo? ¿Qué sabe Dios sobre aquellos que son trasladados de emergencia al hospital con sus manos y pies desgarrados, desfigurados? ¿Sabe Dios algo sobre estos males?» Sí, Él cargó con todos ellos, y nadie es jamás conquistado por ningún mal siempre y cuando lo una con la pasión de Cristo, ya sea un mal físico, mental o moral. Esta es la única respuesta que existe al tema del dolor y el sufrimiento.

Ahora bien, yo sufrí en mi vida, continuamente, durante un periodo de 12 o 14 años. Ahora todos van a querer saber de qué, pero no les voy a decir nada, excepto que no fue un mal físico, ni mental, y de cierta manera tampoco fue moral, fue algo verdaderamente misterioso, pero fue un verdadero sufrimiento. Así que sé de qué les estoy hablando. Y déjenme decirles que así como en la llama de una candela existe un punto de quietud y reposo en el cual ustedes podrían poner un fósforo y quitarlo sin que este se encienda, de esta misma manera, en medio de cualquier tipo de sufrimiento hay cierta paz y alegría.

Hace dos años estaba enseñando en una ciudad, en un teatro con aproximadamente 5000 personas, y vi algunas personas en sillas de ruedas justo debajo del escenario. Así que después de la clase bajé del escenario, y fui a ver a estas personas. Y lejos, en la esquina del auditorio, parecía haber una estatua. Era una mujer envuelta en una manta blanca, no se podían ver sus brazos. Ella estaba en un pulmón de acero. Me dijo: —Soy uno de sus conversos. —Nunca antes la había visto. —le dije. —No, fue a través de sus libros. —¿Cuánto tiempo ha estado en este pulmón de acero? —21 años. —¿Entiende usted el sufrimiento? —No, no del todo. —respondió ella. —Le escribiré una cara todos los días por seis meses hasta que entienda el sufrimiento. —le dije. —Dígame algo ahora. —dijo ella. —En ocasiones, los amantes aprietan con demasiada fuerza, y seguro Dios la apretó a usted con demasiada fuerza. Sobre la mayoría de nosotros Él simplemente levanta su mano en bendiciones. Pero Él puso su mano sobre usted y dejó una cicatriz. Él quebró sus alas para que nunca pudiese escapar. —No quiero recuperarme nunca. —dijo ella. Ella era un alma feliz y radiante. Cuando ella contrajo polio, su esposo la dejó, y cuando iba saliendo de la casa, desconectó la máquina que la mantenía con vida. El empleado lo vio, y la volvió a conectar.

Ahora, volviendo a la parte práctica. Hay algunos en esta audiencia que son sacerdotes y religiosos. Y la transferencia se aplica de una manera muy especial sobre nosotros, pero también a todos ustedes. Primero que nada, la transferencia física. Nosotros somos ministros de Dios, y nosotros, que estamos en la vida religiosa, debemos estar muy cerca de quienes sufren físicamente. Sus sufrimientos valen más que nuestras oraciones. Debemos pedirle a aquellos que sufren que nos den uno o dos minutos de su agonía, porque Dios nos susurra en nuestro placer, nos habla en nuestra consciencia, pero nos grita en nuestro dolor. Por consiguiente, nosotros, sacerdotes, debemos tener gran reverencia por los enfermos e inmediatez en relación a la causa de los enfermos. De igual manera con aquellos que sufren enfermedades mentales; amor por quienes sufren retraso mental; gran consideración por los pesimistas y por quienes han perdido la fe. Y en cuanto a la moral: ¡penitencia! Los antiguos sacerdotes judíos, siempre que entraban en el templo o en la sinagoga, tenían en su estola 12 piedras, una por cada una de las 12 tribus. Ellos traían a su pueblo en su vida de oración. Somos responsables de nuestra parroquia, nuestra gente, nuestra diócesis, el mundo; debemos orar por ellos, y ellos deben sufrir por nosotros.

Quizás una de las cosas más crueles que podemos decirle a alguien es que oren, si nosotros no oramos con ellos. El Dr. Paul Tournier, un distinguido psiquiatra, en su libro sobre psiquiatría, dice: «Le dije a mi paciente: “arrodillémonos, y oremos”.» ¿Cada cuánto nos arrodillamos con aquellos que vienen a nosotros pidiendo oración? La transferencia es también nuestra obligación. San Pablo habla de ello en relación al marido y la mujer: «El marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente.» Existe una transferencia de méritos en esta comunión de santos, incluso aquí en la tierra. Y deben haber más oraciones y más penitencias por el regreso de los pecadores. Cada alma en el mundo tiene su precio; algunas son baratas, otras son caras.

Un jueves antes del primer viernes me encontraba escuchando confesiones, cuando una mujer joven entró en el confesionario, y me dijo: —No quiero confesarme. Solo quiero matar el tiempo. —¿Cuánto tiempo le gustaría matar? —le pregunté. —Unos cinco minutos —dijo ella. —¿A quién cree que está engañando además de a usted misma? —A mi mamá. Ella está allá afuera, y cree que me estoy confesando. —dijo ella. —¿Tiene miedo? —le pregunté. —Sí. —respondió ella. —Pues, si yo pudiera verla, podría decir su confesión. —¿Con que sabiondo? —dijo ella. —No lo sé. Deme una oportunidad. Ya que esto no es una confesión, déjeme encender la luz, correr la cortina, y echarle un vistazo. —Lo cual hice. Y le dije—: Usted es una prostituta. —Así es. —respondió ella. —Pues, ahí lo tiene, esa es su confesión. —¡No! No lo es. Hay algo más. —replicó ella. Le pedí y le rogué que me lo dijera, pero no quiso. —Entonces le pedí que fuera a los reclinatorios para la comunión y se arrodillara por un instante. —Voy a pensarlo. —replicó ella. Cuando salí del confesionario, fui a hablar con ella. Ahora bien, si ella se hubiera confesado, yo no podría hablar con ella sobre sus pecados. Por ejemplo, si ustedes vinieran a confesarse conmigo, y digamos que ustedes se robaron dos millones y medio de dólares del Banco Nacional, si yo me los encontrase en la calle, no podría decirles: «¿Cómo le está yendo con esos dos millones y medio de dólares?» Ella no se confesó, así que hablé con ella en las gradas de la iglesia, le pedí y le rogué una vez más que me lo dijera, finalmente, después de media hora me dijo: —De acuerdo, se lo diré y luego saldré corriendo. Ella hizo un pacto con el diablo, algo muy sacrílego. Luego se echó a correr. 

Esa noche escuché confesiones hasta las 9:30 de la noche, y le pedí a cada penitente que rezara un rosario por la salvación de un pecador. Luego de escuchar confesiones me arrodillé en el reclinatorio para la comunión para orar por esa joven. Las horas pasaron, 10:30, 11:30, 12:30, de pronto escuché la puerta de la iglesia abrirse. Pensé que sería un policía curioso de ver las luces de la iglesia encendidas a esa hora. Pero era esa joven quien había entrado, y luego se confesó. Pero costó algo.

De manera que ustedes, mi gente querida, tienen un precio, y todos ustedes pueden salvarse por su propio esfuerzo y por el esfuerzo de otros. Esa es una de las razones por las que nosotros, mis queridos sacerdotes y hermanas religiosas, debemos ofrecer actos de reparación mediante la devoción del Sagrado Corazón. Reparación por los pecados del mundo; no estar tan ansiosos por adaptarnos al mundo: vistiendo igual, hablando igual y teniendo los mismos valores que el mundo tiene. Si lo hacemos moriremos con el mundo, pero nosotros hemos sido elegidos para ser redentores, con “r” minúscula; y nuestro Señor es el Redentor, con “R” mayúscula.

Esto, mi gente querida, es la transferencia de Cristo. Él tomó sobre sí nuestras enfermedades y nuestras dolencias, nuestras dudas, nuestro agnosticismo, nuestros dolores y nuestras transgresiones. Y, en Él, encontraremos paz y consuelo. Y nuestra alegría es continuar su pasión, su encarnación. Este será el tema de mañana por la mañana. Así que, vivan cerca de Cristo en la cruz.

Siempre que hay silencio a mi alrededor,
de día o de noche me sobresalta un clamor
proveniente de la cruz.
La primera vez que lo escuché salí a investigar,
y encontré a un hombre en la agonía de la crucifixión.
Exclamé entonces: «¡Te bajaré de ahí!»
Intenté remover los clavos de sus pies,
pero él replicó: «Déjalos allí,
pues no me pueden bajar de aquí
hasta que cada hombre, mujer y niño
vengan juntos a bajarme.»
«¿Pero qué puedo hacer, no soporto tu gritar?»
Y me dijo: «Ve al mundo, 
y dile a toda persona que conozcas:
“Hay un hombre en la cruz.”»