05 – La negación del pecado
- Episodio: 5
- Serie: Un retiro para todos (A retreat for everyone)
- Título: La negación del pecado (The denial of sin)
Resumen
Este es el 5/15 discursos dados por el arzobispo Fulton Sheen durante un retiro para el clero, religiosos y laicos. El título original en inglés es «The denial of sin». En este episodio, el obispo Sheen explica el gran problema de la sociedad hoy día: “la negación del pecado”.
Transcripción
Si les preguntaran: «¿Cuál consideran ustedes que es la principal característica de nuestros tiempos?» ¿Qué responderían? Yo pienso que si ustedes le dan seguimiento a la literatura moderna, su respuesta sería: «la negación del pecado.» El pecado no existe; es una moda negar la existencia del pecado. Por ejemplo, estamos disminuyendo nuestras confesiones. Incluso se sugiere que no es bueno que los niños se confiesen antes de comulgar porque el pecado podría hacerlos sentir culpables. Ciertamente, esa sería una mala confesión. El propósito de la confesión de los niños es reconocer que existe una relación con nuestro Padre celestial, y cómo esa relación puede romperse. Si ustedes, padres de familia, le dijeran a su hijo de 2 o 3 años: «Ya no te amo,» el corazón del niño se haría pedazos. Este es mayor significado de lo que es el pecado. El pecado no es el traspaso de una ley, sino el lastimar a alguien. Y si no entendemos lo que significa el rompimiento de una relación, entonces, ¿a quién recibimos en la Sagrada Comunión?, ¿a un salvador? No, Él no cometió pecado alguno, ninguna relación se rompió.
Un distinguido novelista ruso del siglo XIX, Dostoievski, previó que esto sucedería en el siglo XX. Él dijo: «vendrá el día en que el hombre dirá: “no existe el pecado; no existe la culpa; solo existe el hambre.” Entonces, vendremos llorando y apuntando hacia nuestros pies diciendo: “danos pan”.»
Nosotros, los católicos, solíamos ser los únicos que creían en la Inmaculada Concepción de nuestra Santa Madre; hoy día resulta que todos han sido concebidos inmaculadamente. Nuestra Señora de Lourdes dijo: «Yo soy la inmaculada concepción.» lo cual se podría considerar un privilegio, pero hoy día se ha generalizado. ¿Cuáles son los escapes del pecado y la culpa hoy en día? Hay muchos pero mencionaré dos. El primero es que ya no somos penitentes, sino pacientes; ya no somos pecadores, sino que estamos enfermos. Hoy día, toda culpa es considerada anormal, por consiguiente, hay que ver a un psiquiatra o a un psicólogo para que nuestros pecados sean explicados, no perdonados. No me mal entiendan, no estoy en contra de los psiquiatras, hoy día los psiquiatras se necesitan mucho. Me estoy refiriendo a quienes niegan la culpa, y buscan quien les explique su culpa para aliviar su conciencia. Pero, a pesar de que la culpa en ocasiones tiene manifestaciones anormales, existe una causa muy normal para esas manifestaciones anormales. Veamos, por ejemplo, el drama de Shakespeare: Macbeth. Shakespeare nació en 1564 y murió en 1616, mucho antes de que supiéramos cualquier cosa sobre el trastorno de personalidad múltiple. Y, en esta tragedia, Shakespeare describe a la perfección una psicosis y una neurosis. Macbeth sufre una psicosis y Lady Macbeth sufre una neurosis. Macbeth y Lady Macbeth habían conspirado para matar a su primo, el rey, para hacerse con el trono. Ambos tuvieron manifestaciones anormales de culpa. Macbeth sufría una psicosis, constantemente veía delante suyo el arma homicida, y se preguntaba: «¿qué es esto que veo frente a mí? ¿un puñal con la empuñadura hacia mi mano?» No había ningún puñal, era la manera anormal en que la verdadera culpa salía a relucir. Lady Macbeth lavaba sus manos cada cuarto de hora, creía ver la sangre del rey en sus manos, y se preguntaba: «¿acaso las aguas de los 7 mares no serán suficientes para lavar esta sangre encarnada de mis manos?» No había sangre en sus manos, era el crimen que se revelaba.
De una forma u otra, todo pecado es revelado. Si ustedes tienen un pedazo de vidrio en su cuerpo, este saldrá, ustedes no saben dónde ni cuándo pero saldrá. Expriman un tubo de pasta dental tapado, y la pasta saldrá por algún lugar. Todo pecado es revelado de alguna manera misteriosa.
Una vez estaba instruyendo a una azafata que trabajaba para una aerolínea internacional —esta era su 15 o 20 hora de clase. Yo acababa de terminar una clase sobre el sacramento de la confesión, cuando de pronto dijo: —Eso es todo. Ya tuve suficiente. Luego de escuchar esta clase sobre la confesión he desistido de hacerme católica, así que ya no continuaré. Yo le dije: —Pues, ¿por qué no toma otra hora de clases? La clase sobre la confesión demora dos horas, al final de la segunda hora puede irse si así lo desea. Pero al final de la segunda hora, conforme le explicaba el sacramento de la misericordia, se perturbó, y comenzó a chillar y gritar: —¡Déjeme salir! Ahora sí es cierto que jamás me haré católica luego de haber escuchado esto. Yo le dije: —Mi querida joven, no hay proporción alguna entre lo que usted ha escuchado y la forma en que está actuando. ¿Usted ha abortado? Ella dijo: —Sí. ¡Eso era todo! Ella terminó sus clases, la recibí en la Iglesia, atestigüé el matrimonio, y más adelante, bauticé a su bebé. Ahora bien, pude haber invertido horas y horas explicándole el sacramento de la confesión pero ese no era el problema. ¡Culpa! ¿De qué manera se reveló? Se reveló como un ataque particular en contra de la confesión pero ese no era el problema. Por cierto, cuando ustedes escuchan a católicos que han abandonado la Iglesia discutir sobre algún tema, nunca nunca nunca discutan con ellos. Ellos no han abandonado la Iglesia por alguna razón, la han abandonado por una cosa. Ellos no tienen dificultades con el credo, tienen dificultades con los mandamientos pero lo racionalizan. Ese es el segundo escape: la racionalización, y ellos intentarán encontrar alguna razón de gravedad —como lo hizo la mujer en el pozo— para evitar revelar su alma ante Dios.
Tomemos por ejemplo al rey David. David se encuentra un día en su terraza, y vé a Betsabé en la terraza del frente, y la invita a su casa. Su amor fue intenso pero no sabio, de manera que Betsabé terminó embarazada. Pues bien, Betsabé estaba casada con Urías, y ahora se encuentra embarazada por el rey. ¿Qué hace David? Pues, tenía que encontrar alguna manera de salir del problema, así que manda a llamar a Urías del campo de batalla, y le dice: «Ve a casa con tu esposa» —para así poder culpar de la paternidad a Urías. Urías le dice: «No puedo ir a casa con mi mujer, estamos en guerra.» Así que David lo emborracha, pero Urías duerme en la puerta del palacio de David. Entonces David escribe a Joab, y le dice: «Pon a Urías en el frente de batalla» alguien debe morir en la batalla, ¿y quien sabe?, ese alguien podría ser Urías. Así que Urías murió en batalla. ¿Molestó esto a David? Ni lo más mínimo. Pasaron más de 6 meses, y David seguía con la conciencia tranquila. Entonces, un día, Natán vino donde David, y le dijo:
—David, tengo un caso de justicia social para tí: hay un hombre pobre que solo tenía una oveja. Su vecino rico vino, tomó su oveja, la mató y la sirvió a sus invitados. ¿Qué debemos hacer?
David, ahora un gran defensor de la justicia social, le responde: —¡Ese hombre pagará con su vida y retornará 4 veces lo que tomó!
Entonces, Natán le dice: —¡Tú eres ese hombre! Tú eres quien ha robado la oveja del hombre pobre. ¡Tú te robaste a Betsabé, y eres culpable de la muerte de Urías!
Fue entonces cuando David escribió el famoso salmo 51, miserere mei: «Ten piedad de mí oh, Dios… mi pecado está siempre ante mí….»
¿Saben qué vamos a ver, en nuestra cultura, entre los próximos 15 ó 20 años? Vamos a ver muchas mujeres esquisofrénicas por haber abortado, y el aborto no las molestará por 5 o 10 años, y entonces sentirán el dolor más profundo cuando la juventud de su cuerpo se haya agotado, y no haya vida nueva en sus vidas. Entonces veremos cómo, aquellas personas que han vivido aisladas en su burbuja de placeres, prueban el más amargo de los castigos, cuando al asomarse por la ventana, vean reflejadas las caras pálidas y tristes de aquellos niños cuyos vientres y pechos les fueron negados. ¡De una forma u otra, el pecado se revelará!, y se preguntarán qué es lo que les sucede. Lo que la ley de Dios ha escrito en nuestra naturaleza es para nuestra salvación, y aunque el pecado sea negado, seguirá siendo la cosa más real del mundo, y la única cosa que todos y cada uno de nosotros conoce a la perfección.
Ahora vamos al siguiente punto. ¿Cómo es perdonado el pecado? No hablo de las razones inmediatas como: la absolución, la perfecta contrición, etc. sino de cuál es la condición para que un pecado sea perdonado. Quizá pueda dejar sobre ustedes una mejor impresión leyéndolo directamente de las sagradas escrituras, está en el capítulo 9 de la Epístola a los Hebreos, verso 22: «…sin derramamiento de sangre no hay remisión.» ¡Imaginen! ¡Sin derramamiento de sangre! La única condición: ¡sangre! ¿Por qué sangre? Pues, ¡porque el pecado está en la sangre!; está en todas partes del cuerpo humano: está en la sangre del alcohólico, en la sangre del degenerado, en todas las enfermedades producidas por el pecado. Y, si el pecado está en la sangre, de una u otra forma, sangre debe ser derramada para poder, de alguna manera, deshacernos de él. Y más aún, el pecado es una seria ofensa contra Dios, y el precio para que el pecado pueda ser perdonado es el ofrecimiento de una vida.
El libro de Levítico dice que la vida está en la sangre, por consiguiente, entre más importante sea la vida que ofrece su sangre, mayor será la certeza de que los pecados serán perdonados. De manera que, cuando Dios asumió sobre sí mismo forma humana, y derramó su sangre, este se convirtió en nuestro camino de salvación. ¡Sin derramamiento de sangre no hay remisión del pecado! Así que, en esta hora santa, leamos las escrituras, antiguas y nuevas, para verificar cómo esto es verdad: sin derramamiento de sangre no hay remisión del pecado.
Primero, retrocedamos al pecado original, cuando hubo un abuso de libertad. Luego del pecado de nuestros primero ancestros, ellos se dieron cuenta de que estaban desnudos. ¿Porqué desnudos? Pues, cuando se encontraban en estado de gracia estaban rodeados por un aura de gracia, en unión con Dios. Era como un tipo de unión mística. Cuando perdieron la gracia se sintieron desnudos. ¿Qué es la desnudés? Es exposición. En algunas comunidades, cuando las monjas asumen los velos —por ejemplo: las Hermanas Pobres de Santa Clara y las Carmelitas— algunas veces llegan ricamente vestidas como una novia. La idea es que ya no necesitan del lujo exterior porque ahora viven unidas a Cristo. Es interesante hoy día ver cómo algunas monjas —esto no se ve aquí gracias a Dios sino en otras partes del país— cuando renuncian a su unión con Cristo, tienen un vestido diferente para cada día: rosados, azules, verdes, etc. pero ¿porqué?, ¡entre menos tenemos en el interior, más debemos mostrar en el exterior!
El hombre no tiene nada en su corazón luego de haber estado rodeado por lujos excesivos, que no hacían más que cubrir otro tipo de desnudez. Un hombre que realmente sabe, no necesita andar presumiendo su conocimiento pero un ignorante sí. Así que, estaban desnudos, ¿cómo cubrieron su desnudez? Hicieron unos ceñidores cosiendo hojas de higuera, y las hojas de higuera se secaron, y se encontraron expuestos nuevamente. ¿Cómo se cubrió su desnudés? —y aquí llegamos a un punto que yo nunca escuché en el seminario, y que es muy básico. En el tercer capítulo del Génesis, verso 21, este verso resalta algunos de los profundos misterios de las sagradas escrituras: «Yahvé Dios hizo para el hombre y su mujer túnicas de piel y los vistió.» ¡Dios les dió la piel de los animales! Ahora, noten 3 puntos clave aquí: uno, Dios hizo algo; dos, lo hizo indirectamente —Él no mató a Adán y Eva por su pecado, mató a un animal; tercero, ese cubrimiento con pieles fue realizado en virtud del derramamiento de sangre. Estos son los 3 elementos que encontrarán conforme leen las escrituras: algo que Dios hace, que es llevado a cabo indirectamente, y que conlleva el derramamiento de sangre. Dije que íbamos a leer las escrituras, pero… ¡gloria al cielo!, al paso que voy solo vamos por el Génesis. Pero debemos concluir antes de que se cumpla la hora así que me daré prisa.
Ahora llegamos a Caín y Abel. Caín ofrece los frutos de la tierra. Él era un tecnólogo. Creía que lo único que debía hacer para adorar a Dios era ofrecer los productos de la tierra. La tierra estaba maldita, y él ofreció los frutos de la tierra. ¿Qué hizo Abel? Abel retomó la tradición primitiva de ofrecer un sacrificio de sangre. Caín tenía miedo de que alguien lo matara por haber asesinado a su hermano, y Dios le dice: «pondré una marca en tí y estarás protegido.» ¿Cuál fue la marca de Caín? No lo sabemos con certeza pero es muy probable que haya sido la misma sangre de Abel. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados.
Ahora llegamos a Abrahán 1700 años antes de Cristo. Un pagano que vivía en la tierra de Ur. ¡Qué gran fé tenía ese hombre! Su fe es alabada 11 veces en la epístola a los Hebreos. Dios le dice: «Ve a la tierra que yo te mostraré.» Dios no le dijo dónde era, y en varios años solamente le habló 3 veces, y Abrahán terminó convirtiéndose en el padre de 3 religiones: islamismo, judaísmo, cristianismo. Y fue a la tierra de Canaán, y Dios dijo: «Tu descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo y la arena del mar.» Cuando Abrahán tenía 80 años, y su esposa Sara tenía 70, aún no tenían hijos. ¿Qué pasó con la promesa de Dios? Debería tener un hijo quien tendría otro hijo, y de esta relación de unos con otros vendrá el Mesías. Así que Sara, su esposa, le dijo: «Llégate a mi esclava.» Así lo hizo Abrahán, y de esa unión de Abrahán y Agar nació Ismael. Un amor sin gracia. Cuando Abrahán tiene 100 años y Sara 90, y ambos se encuentran ya viejos para concebir, Dios aún no hace nada. Así que piensen en la fé que Abrahán debió tener de que Dios haría algo. Y, cuando finalmente Dios dijo: «Tendrás un hijo, y serás rejuvenecida.» Sara rió, y dijo: —No he reído. —Sí lo has hecho. Así que el hijo se llamó “risa”, ese es el significado de Isaac. Así que Abrahán tuvo un hijo. ¡Piensen! Hoy día, cuando escribimos sobre obediencia, siempre decimos: «La obediencia debe ser racional.» ¿Racional? ¿Qué había de racional en el mandato de Dios de sacrificar a su hijo? Pero Abrahán obedeció, y tal como lo leemos luego en el nuevo testamento que Abrahán tenía fé de que incluso si procedía con el sacrificio de su hijo, Dios lo resucitaría. Ninguna persona del antiguo testamento se comparaba con Abrahán en la fé.
Entonces Abrahán va con su hijo, Issac, quien cargaba la leña, al monte de Moria. Para todos los efectos, su hijo, Isaac, estuvo muerto por 3 días. De manera que cuando Abrahán lleva a Isaac al monte, y descarga la leña, Isaac su hijo, le pregunta: «¿Dónde está el cordero?» ¿Dónde está el cordero? Esa pregunta fue formulada en la cima del monte Moria, y fue transmitida a través de los siglos, y los oídos de los judíos la escucharon década tras década: ¿Dónde está el cordero? ¿Dónde está el cordero? ¿Dónde está el cordero? Entonces Abrahán dijo: «Dios proveerá» —lo cual fue la respuesta que un obispo me dió un día, y representó un cambio total en mi vida, y yo le creí— ¡Dios proveerá, deus providebit! Y justo cuando Abrahán levantó el cuchillo para inmolar a su hijo, Dios detuvo su mano, y resultó que había un carnero cerca, y el carnero fue sacrificado; la sangre del carnero fue derramada. Primero, Dios hizo algo; segundo, lo hizo indirectamente: el carnero en lugar de Isaac; y tercero, conlleva el derramamiento de sangre.
Hemos escuchado de Moisés. Moisés se encuentra en el desierto a los 80 años de edad. Por cierto, el otro día yo tenía que dar una clase en Palm Beach, y en el hotel donde me hospedé estaban reunidos los rabinos, y me pidieron asistir a su reunión para conversar con ellos. Les pregunté: «¿Qué están discutiendo?» Los rabinos respondieron: «Estamos discutiendo sobre la jubilación.» Yo les dije: «No entiendo cómo algún judío puede hablar sobre jubilación cuando Moisés apenas empezó a sacarlos de Egipto cuando tenía 80 años.» En fin, Moisés fue llamado por Dios cuando tenía 80 para sacar a su pueblo de Egipto. Dios hizo milagro tras milagro, y el faraón promete dejar ir al pueblo, pero no lo hace. La paciencia de Dios se agota, y dice a Moisés: «Hoy morirá el primogénito de cada hombre y bestia en Egipto. Toma un cordero de un año, sin defecto; mátalo, toma su sangre, y úntala sobre las jambas y el dintel de las puertas —es decir, no en el suelo donde todos podrían pisarla. Como ustedes sabrán, los judíos no tenían permitido comer la sangre con la carne— y de esta manera, los ángeles que enviaré para acabar con los primogénitos de hombres y bestias, cuando vean la sangre del cordero, pasarán por alto esa casa.» Ese es el significado de la Pascua, y en toda casa, donde la sangre del cordero había sido untada, el primogénito fue salvado. Dios hizo algo; lo hizo indirectamente por medio de un cordero; y, ese algo conllevó el derramamiento de sangre.
Ahora Moisés guía al pueblo en el desierto, ellos desobedecen a Dios, y son mordidos por serpientes. Dios le dice a Moisés: «Toma una serpiente, y crea una de bronce, justo como la que mordió a tu pueblo, y colócala sobre un mástil, y todo aquél quien la vea será sanado del veneno.» Ahora bien, no hay absolutamente nada en ver una serpiente de bronce que pueda curar una mordedura de serpiente, ¡nada! Todas estas cosas del antiguo testamento fueron hechas como tipos o figuras. Era algo que Dios pedía, y quienes miraban a la serpiente de bronce eran sanados del veneno. ¿No les parece interesante que cuando nuestro Señor discutió una noche con Nicodemo le dijo: «Del mismo modo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre.»? Nuestro Señor, aquí, se compara a la serpiente. Así que nuestro Señor se veía en la cruz como si estuviera lleno del veneno del pecado porque tomó nuestro lugar, y asumió nuestros pecados sobre sí mismo; pero no había veneno en la serpiente de bronce, así como tampoco había pecado en la persona de Cristo, todos aquellos que le vean serán sanados del pecado.
No tenemos tiempo para compartirles otra docena de referencias que tengo aquí del antiguo testamento porque debemos concluir. Pero ahora llegamos al nuevo testamento, y a Juan el Bautista. Juan el Bautista se encuentra predicando en el Jordán durante el tiempo pascual Esta era la primera pascua de la vida pública de nuestro Señor. En la carretera que iba del Jordan a Jericó, y de allí a Jerusalén, habían cientos de miles de judíos. Cada familia debía traer un cordero pascual de un año, sin defecto, al templo donde el cordero sería sacrificado. La religión judía era realmente una hemorragia de sangre. Y todo ese tiempo, estas personas del antiguo testamento que vivían en figuras y tipos escucharon la pregunta de Isaac: ¿Dónde está el cordero? ¿Dónde está el cordero? Y mientras Juan el Bautista predica su dura doctrina de penitencia, poniendo el dedo en la llaga, vemos a estas familias traer estos corderos de un año con cintas rojas y púrpura alrededor de sus cuellos. Y mientras Juan mira esa procesión de personas y predica, levanta su mirada, y ve a alguien entre la multitud, interrumpe su discurso, y la pregunta de los siglos finalmente fue respondida: ¿Dónde está el cordero? Juan grita: «He ahí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.» ¿Dónde está el cordero? Había venido: algo que Dios hizo, envió a su hijo; lo hizo indirectamente, haciendo a su Hijo víctima por nosotros; y esto conllevó el derramamiento de sangre.
Y conforme Él es levantado en el cruce de los caminos de las civilizaciones de Roma, Menfis y Jerusalén, y expuesto frente a nosotros, Pablo nos dice que habían miles de corderos pascuales siendo sacrificados en el templo, que había una gran ceremonia en el templo mientras que nuestro Señor colgaba de la cruz. En el templo estaba ese gran velo de color púrpura y escarlata de 60 pies de alto, que separaba el Santo de los Santos del resto del templo. El sumo sacerdote tenía permitido entrar en el Santo de los Santos únicamente una vez por año, y este era ese día, y mientras se preparaba para tomar la sangre del cordero, y rociarla sobre el manto para así poder entrar en comunión con el Santo de los Santos en el templo de Jerusalén —viviendo en el símbolo y la figura del cordero pascual— nuestro Señor ofrece su vida en la cruz, y el soldado romano perfora su costado con su lanza. Y al momento en que Cristo es abierto con la lanza, ese gran velo del templo es desgarrado de arriba hacia abajo, no de abajo hacia arriba puesto que un hombre podría hacer eso. Y el Santo de los Santos, que jamás había sido visto por el pecado, fue abierto. El cordero había venido, y el precio de la redención había sido pagado. En el hermoso pasaje del capítulo 10, versículo 19 de la epístola a los Hebreos, el velo del templo es comparado con el cuerpo de Cristo.
Así que, queridos hermanos, la sangre de Jesús nos hace libres de entrar personalmente en el santuario, en el corazón de Cristo. El nuevo camino de vida, que Él abrió para nosotros a través del velo, es el camino de su cuerpo. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados. Y yo creo que la razón por la cual tenemos tanta violencia en nuestras calles, 40 guerras diferentes alrededor del mundo y tanto derramamiento de sangre, es porque instintivamente sabemos que sin el derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados. Y cuando no invocamos la sangre de Cristo, terminamos derramando nuestra sangre en el sucio negocio de la guerra. Así que, para volver al inicio: el pecado es costoso, sin el derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados. Y, queridos sacerdotes, es nuestro gran privilegio poder levantar esta sangre de Cristo en el altar, y dársela al pueblo, darles la comunión. Así como Moisés esparció la sangre del cordero, nosotros entregamos la sangre de salvación en la Sagrada Comunión. Cada vez que levantamos nuestra mano en el confesionario, sangre brota de ella. Cada vez que tenemos esperanza de la remisión de nuestros pecados, es la invocación de la sangre de Cristo.
En conclusión, el pecado es terrible, pero el pecado no es lo peor del mundo. ¡Lo peor del mundo es la negación del pecado! Si soy ciego, y niego que existe tal cosa como la luz, ¿cómo podré ver entonces? Si soy sordo, y niego que existe tal cosa como la armonía, ¿cómo podré oír entonces? Y, si soy un pecador, y niego que existe tal cosa como el pecado, ¿cómo podré ser perdonado entonces? La negación del pecado es el pecado imperdonable. Y conforme nos alejamos de Cristo, necesitamos cubrirnos de alguna manera. Es muy interesante ver los símbolos cambiar conforme perdemos la perspectiva de la realidad. Cuando perdemos nuestro patriotismo y el amor por nuestro país, empezamos a quemar la bandera. Cuando dejamos de amar nuestra consagración, nos desprendemos de nuestros símbolos de consagración. Comenzamos a cubrirnos conforme nos desnudamos en el interior. Pero aún así, con todas nuestras caídas y errores, mantenemos nuestra esperanza en la sangre de Cristo. La palabra “sangre” es utilizada 440 veces en el antiguo y nuevo testamento. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados. Invoquen esta sangre en los sacramentos, en la eucaristía, en sus oraciones, porque sin derramamiento de sangre no hay remisión de los pecados. Después de todo, si ustedes nunca han pecado, ¿cómo, entonces, podrán llamar a Jesús “salvador”?
¡Dios los ama!