Fulton Sheen en Español

Presentado porFrancisco Rojas

El arzobispo estadounidense Fulton John Sheen fue uno de los líderes católicos más reconocidos e influyentes del siglo XX. En este podcast les presentamos las enseñanzas del Obispo Sheen en español.

03 – El drama de la misa

  • Episodio: 3
  • Serie: Un retiro para todos (A retreat for everyone)
  • Título: El drama de la misa (The drama of the mass)

Resumen

Este es el 3/15 discursos dados por el arzobispo Fulton Sheen durante un retiro para el clero, religiosos y laicos. El título original en inglés es «The drama of the mass». En este episodio, el obispo Fulton Sheen explica los conceptos teológicos: kenosis (vaciamiento) y pleroma (plenitud, llenado).

Transcripción

A esta hora del día suele dar mucho sueño. Cuando yo estaba en el seminario solíamos leer las escrituras a esta hora, y nuestro texto favorito era: Duerme ahora y descansa. De manera que voy a despertarlos contándoles algunas historias.

  Una vez, tenía que dar clases en el ayuntamiento de Filadelfia, y me perdí en el camino. Así que le pregunté a unos muchachos que estaban en la calle cómo llegar al ayuntamiento. Ellos me dieron la dirección, y me preguntaron: 

—¿Qué va a hacer allí? 

—Voy a dar una clase —les respondí.

—¿Sobre qué?

  Pues bien, yo no quería decirles el título de la clase porque era muy complicado así que les dije:   

—Muchachos, voy a hablar sobre el cielo y cómo llegar ahí. ¿Les gustaría venir?

Ellos dijeron: —¡Pero si usted ni siquiera sabe cómo llegar al ayuntamiento!

  Una vez, un taxista de Nueva York me dijo: 

—He tenido muchos pasajeros eminentes, y aprendo mucho de ellos. Yo solo asistí hasta el tercer año de primaria pero siempre aprendo nuevas palabras de los pasajeros.

  Y desde ese momento empezó a utilizar palabras muy sofisticadas, pero todas fuera de contexto. Cuando me iba a bajar del taxi me dijo:

—Sabe, disfruto mucho escucharlo a usted en la televisión. Usted tiene una voz maravillosa. ¡Su voz produce mucha aversión!

  No hace mucho, estaba dando una clase en una universidad en California. Al final de la clase le pregunté a los estudiantes si tenían preguntas. Y un estudiante preguntó:

—¿Cómo es posible que Jonás permaneciera en el vientre de una ballena por 3 días?

Le respondí: —Buen hombre, no tengo la más mínima idea, pero cuando vaya al cielo le preguntaré a Jonás.

Él replicó, gritando: —¡Supongamos que Jonás no está ahí!

—¡Oh! —le dije— ¡Entonces pregúnteselo usted!

  Ahora bien, si les dijera de qué trata el tema de hoy, ustedes dirían: «Yo ya sé todo sobre eso.» De manera que les voy a dar una palabra en griego, simplemente para llamar su atención. Voy a hablar sobre la kénosis. Los sacerdotes saben lo que significa porque en sus clases de teología estudiaron lo que se conoce como el problema kenótico.

 Les voy a leer un texto introductorio de la carta de San Pablo a los Fili… a los Filipenses —disculpen, casi me río porque el otro día escuché a un lector laico decir: «epístola a los Filipinos»—. Es del segundo capítulo. Ustedes deberán leerlo por su cuenta. Es uno de los textos más hermosos aparte de los evangelios.

  Las escrituras nos exhortan en tres ocasiones a seguir el ejemplo de nuestro Señor: una vez en la primera epístola de San Pedro, otra en el 13 capítulo de San Juan y la tercera es este texto. En cada ocasión se hace referencia a la victimización de Cristo, a su pasión y su muerte:

  Tened entre vosotros los mismo sentimientos que Cristo:

El cual, siendo de condición divina —es decir que Él era Dios—, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios —Él no cometió el mismo error que Satanás cometió en el cielo, cuando Satanás quiso ser como Dios; tampoco cometió el error de Adán, cuando Adán siguió la sugerencia de Satanás: «…se os abrirán los ojos y seréis como dioses….»—, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo.

  Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

  Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.  Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre.

  Nuestro Señor no presumió su naturaleza divina sino que se despojó a sí mismo; pero es más que despojarse: ¡se hizo nada! ¡Eso es kénosis: el vaciamiento!

  ¡Ya ven! ¡Hasta griego están aprendiendo en este retiro! Eso no se los enseñan en cualquier retiro. Cuando regresen a casa hoy, y otros les pregunten: «¿De qué hablaron hoy?» Ustedes pueden responder: «No lo entenderías, estaba en griego.» Les estoy dando una tremenda ventaja intelectual. 

  «…se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo…» Algunas traducciones dicen “sirviente”, pero no es “sirviente” es “esclavo”. “Duolos” en griego. Ese término se utiliza 47 veces en el Nuevo Testamento para referirse a nuestro Señor. ¡Él fue un esclavo! ¿Esclavo de quién? Nuestro retiro no es lo suficientemente largo, de otra manera se los diría. Así que les queda de tarea, porque no se los voy a decir. 

se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo.

  Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

  Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.

  Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre.

  Ese el texto de nuestra meditación de hoy: despojarse. En otras palabras: ¿qué significa la encarnación de Dios? Acaba de pasar la navidad, y sí, pensamos en nuestro Señor en al forma de un bebé, pero eso no es ser un esclavo. Esta humillación de Dios es verdaderamente difícil de comprender. Cuando hablé a los prisioneros la navidad pasada, empecé el sermón preguntando: 

—¿Qué tan grande es su celda? 

  Ellos gritaron el tamaño de sus celdas. Entonces les pregunté: 

—¿Les parece pequeña? 

—¡Oh! ¡Sí! Demasiado pequeña.

  Entonces les dije:

—Presten atención caballeros. La celebración de esta noche es la celebración de un prisionero, quien fue encerrado en una celda más pequeña que la de ustedes. ¿Pueden ustedes imaginarse a la mismísima omnipotencia encerrada en el cuerpo de un bebé? Esas manos —tan pequeñas que ni siquiera eran capaces de alcanzar la cabeza de una vaca— son las mismas manos que le dieron su curso al sol, la luna y las estrellas. Él estaba encerrado en la forma de un niño.

  Desde ese momento, se convirtió en un sermón para prisioneros. Ahora regreso a los no prisioneros…. Por cierto, si ustedes tuvieran que hablar ante 2000 reclusos en una prisión, ¿Cómo iniciarían la conversación? No es tan fácil como parece. Tuve que reflexionar mucho al respecto. Cuando me paré en el auditorio, y me encontraba frente a todos esos hombres, ellos pensaban que yo era el “bueno” y ellos eran los “malos”; y eso dificulta mucho generar empatía. ¿Cómo hubieran empezado ustedes la conversación? Así fue como yo empecé, les dije:

—Caballeros, quiero que sepan que entre ustedes y yo hay una gran diferencia: ¡a ustedes los atraparon; y a mí no!

  Desde ese momento nos hicimos amigos porque todos éramos pecadores.

  Ya me estoy alejando del tema: kénosis. ¿Cómo podemos explicar el hecho de que Dios asumiera forma de esclavo? Intentemos con este ejemplo: supongamos que ustedes aman a los perros, pero los perros que aman se portan mal: le ladran al cartero, le gruñen al lechero, persiguen al repartidor de periódicos, hacen sus necesidades dentro de la casa y nunca obedecen las órdenes. Sin embargo, su amor por ellos impide que ustedes permitan que otros los maltraten. Así que ustedes se despojan de su cuerpo, de su constitución física —una kénosis corporal por así decirlo—, toman su mente y la ponen en el cuerpo de un perro, y cuando lo hacen deciden no exceder las limitaciones de la naturaleza canina. Ustedes podrían hablar pero solo ladrarían; tendrían razón e inteligencia pero solo utilizarían el instinto; su cabeza apuntaría siempre hacia la tierra, cuando ustedes saben que debería apuntar hacia las estrellas. Y por si fuera poco, habría otra humillación aún mayor, tendrían que pasar el resto de su vida con perros. Tendrían que andar con la manada, se cansarían de orinar en los hidrantes, y al final los perros se pondrían en su contra y los harían pedazos. ¿Les parecería humillante rebajarse al cuerpo de un perro? Pues bien, ¿qué es eso comparado a Dios asumiendo la naturaleza humana, y limitándose a sí mismo —por la mayor parte— a todas nuestra aflicciones y limitaciones, lo cual es mucho más difícil? Cuando Dios asumió un cuerpo se hizo pasible, es decir: fue capaz de sufrir. La santísima Virgen hizo posible que Dios supiera lo que es el dolor —de eso hablaremos mañana—. Así que, aunque Él tenía una mente divina, asumió las limitaciones —por la mayor parte— del conocimiento humano, y renunciaría a ella. No utilizaría su mente divina para decirle a los apóstoles cuando sería el fín; y trabajaría —en su mayor parte— meramente con el conocimiento experimental. Y luego, luego tendría que pasar el resto de su vida rodeado de hombres estúpidos —a nosotros nos parece difícil pasar tan solo unos momentos con gente estúpida. Y aún así, ¿qué es el pasar nosotros una hora con una persona estúpida, comparado a Dios viviendo entre los hombres?—. Hombres que nunca podían entender lo que nuestro Señor decía. Probablemente, el único que podía escribir al inicio era Judas; ¿qué pasó la noche de la Última Cena, cuando nuestro Señor se preparaba para partir, y empezó ese magnífico discurso sobre el sufrimiento? Tomás le interrumpe. Nuestro Señor dice: «…voy a prepararos un lugar…», y Tomás dice: «Señor, no sabemos adónde vas.». Felipe dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Jesús le responde: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?» Los apóstoles nunca pensaron, por ejemplo, en su poder cuando se encontraban bajo la tormenta. Así que este no fue el menor de los sufrimientos de nuestro Señor. Él asumió nuestra naturaleza y se hizo un esclavo.

  Él tomó nuestro lugar, se despojó a sí mismo —y como continua la epístola— fue exaltado. Ahora bien, antes de hablar sobre la exaltación, me gustaría leerles algunos versículos del capítulo 13 de San Juan sobre la Última Cena, en la que se mencionan algunos gestos de nuestro Señor que tienen que ver con la humillación de Dios hecho hombre. En el capítulo 13 de San Juan leemos:

…sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa —como diciendo: «¡Oh! Voy a trabajar en la redención del hombre»—, se quitó sus vestidos —hizo a un lado la gloria de su divinidad— y, tomando una toalla —la toalla con la marca del sirviente—, se la ciñó —se degradó a sí mismo con su humanidad—. Luego echó agua en una palangana —su sangre— y se puso a lavar los pies de los discípulos —justificación, el derramamiento de sangre— y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido —la santificación con el Espíritu Santo—. Esto fueron los 7 pasos de su despojo.

  La kénosis es el inicio de toda santidad en nosotros. Es la condición de nuestra exultación, de la cual hablaré en un momento. Hay dos tipos de vacíos. Existe el vacío del Gran Cañón, que es estéril; y existe el vacío de una flauta, a través de la cual uno puede soplar y producir una melodía. El vacío que nosotros deberíamos tener no es el vacío del Gran Cañón sino el de la flauta. Siempre y cuando nos encontremos vacíos, Dios puede entrar en nosotros. Nuestro Señor penetra nuestras almas únicamente cuando tenemos en ellas un rótulo que diga “vacante”. La condición para la santificación es acabar con el egocentrismo y el egoísmo. ¡Hay que despojarse! Si una caja está llena de sal no puede ser llenada con pimienta. Cuando estamos llenos de nuestro propio ego, es totalmente imposible que Dios entre en nosotros. ¡Eso es el infierno! El infierno es un lugar donde el ego arde. La primera de todas las bienaventuranzas es: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.»

  Ahora bien, aquí «los pobres de espíritu» y «los pobres» no hace referencia a las personas económicamente pobres. Existen dos palabras en griego para describir a los pobres. Una de esas palabras, “ptóchos” (ptó-khos), significa desposesión, indigencia total, no tener absolutamente nada. De manera que “los pobres de espíritu”, ptóchos (ptó-khos), significa que nosotros carecemos de medios para nuestra propia salvación o justificación. ¡Así de pobres somos! Por consiguiente, cuando ustedes conocen a una persona humilde, ustedes pueden ver el potencial ilimitado que esa persona tiene para recibir la gracia de Dios. Tan pronto como nosotros empezamos a sentirnos orgullosos de cualquier talento nuestro, este puede ser arrebatado: «¿Qué tienes que no hayas recibido de Dios? Y si lo has recibido, ¿a qué vanagloriarte, como si no lo hubieras recibido?»

  Nuestro Señor, por ejemplo, me ha dado a mí el don de la predicación, ¡pero tengo que utilizarlo! Si lo guardo para mí mismo Él me lo puede quitar. Y solamente, a medida que me vacíe a mí mismo, seré llenado nuevamente con su poder. Esto es simplemente otra manera de decir lo que nuestro Señor dijo: «Dad y se os dará….» A veces somos demasiado recatados: «¡Tengo que ocuparme de mí mismo!» Pues bien, hay una acotación con respecto a ese: «¡Tengo que ocuparme de mí mismo!»; si en algún momento ustedes escuchan que yo tengo una fiebre de 42 grados, y no hay ninguna posibilidad de que salga de ella con vida, ¡pónganme en el púlpito! y díganme: «¡Sal y salva algunas almas!», y así mejoraré. Conforme nos entregamos a nosotros mismos nos es dado poder. ¡Las cosas que se guardan se pudren! Como el Maná que fue dado a los judíos. Ellos debían tomar únicamente lo necesario para el día, excepto para el Sabbath. Si tomaban más de lo necesario para el día, se arruinaba, se pudría. Así que la moraleja de esta meditación, es: ¡sean humildes, gastense; somos esclavos de Cristo; acepten todo lo que Él les pida, sin límites! Esa es la forma en que las almas son salvadas: gastándonos de más.

  Un día recibí una carta de una señora cuyo hermano estaba muriendo de cáncer en un hospital público. En la carta decía: «Le he enviado a 5 sacerdotes, y a todos los ha hecho sacados. ¿Usted podría ir, por favor?» Yo era su último recurso. Yo sabía que no sería tratado diferente a los demás. Fuí a verlo. Él era un hombre realmente perverso, no simplemente malo —un hombre malo hace cosas malas:  roba, viola, asesina. Un hombre perverso puede no hacer cosas malas pero trata de destruir lo que es bueno. Por ejemplo, podría ser un jefe en una oficina, tratando de destruir la fé de una secretaria—. Él era un hombre perverso. Dedicó su vida entera a distribuir literatura para acabar con la moral de los jóvenes. Así que cuando fui a visitarlo por primera vez, abrí la puerta de la habitación, y dije: «Buenas noches Señor tal y tal» y me fuí —aún recuerdo muy bien su nombre. La noche siguiente regresé, y dije: «Buenas noches, ¿cómo está?» y me fui. Lo visité 40 noches seguidas. Durante 39 noches permanecí con él alrededor de 15 minutos, pero nunca le hablé sobre su alma, porque sabía que me habría echado. La noche número 40 llevé conmigo al Santísimo Sacramento y los santos óleos, y le dije: 

—Hoy vas a morir

Él dijo: —Ya lo sé

—¿Le gustaría hacer las paces con Dios?

Él dijo: —¡No! ¡Lárguese de aquí!

Le dije: —No estoy solo

—¿Quién está con usted?

Le dije: —Traje conmigo a nuestro Señor. ¿Quiere que también Él se vaya?

  Y por unos instantes no dijo nada. Así que me arrodillé junto a su cama, y le prometí a nuestro Señor que si él mostraba algún signo de arrepentimiento, construiría una pequeña capilla en Alabama que costara alrededor de $3500 —lo cual era mucho dinero para mí; era dos veces mi salario anual en la universidad—. Luego de aproximadamente 20 minutos sin decir nada, arrodillado al lado de su cama, le dije:

—¿Le gustaría hacer las paces con Dios?

Él dijo: —¡Que no! ¡Lárguese de aquí!

—¿Quiere que el Señor también se vaya?

—¡Sí! ¡Dígale que se largue también! ¡Si no se va ya, gritaré por la enfermera!

  Así que corrí rápidamente hacia la puerta para evitar que gritara; me volví; puse mi cara al lado de su horrenda, asquerosa y cancerosa cara, y le dije:

—Prométame que antes de morir dirá: «Jesús mío, ¡piedad!»

—Él dijo: ¡No lo haré!

  Llamó a la enfermera, y tuve que irme. Le dije a la enfermera que vendría a cualquier hora que él quisiera. Alrededor de las 4 de la mañana recibí una llamada de la enfermera, y me dijo:

—Acaba de morir

—¿Cómo murió?

—Pues… cinco minutos después de que usted se fuera comenzó a decir: «Jesús mío, ¡piedad!», y no se detuvo hasta que murió.

  Ya ven. Él era una inversión. Tuve que desperdiciar 40 noches pero valió la pena. !Saben? En ocasiones siento que si hubiera prometido una capilla de $7500, él se habría convertido por completo.

  Pero en todo caso, tenemos el vaciamiento, la kénosis. Es como ver un valle. Las montañas fueron creadas por la erosión de los valles, así que cuando ustedes tienen la kénosis de Cristo, ustedes son llenados de algo. La otra palabra griega que se utiliza en las sagradas escrituras es pléroma. La kénosis es el vaciamiento; el pléroma el llenado, la plenitud. ¿Cuál es el pléroma de Cristo? La Iglesia. Nosotros llenamos el cuerpo de Cristo con nuestros sufrimientos. De manera que el vaciamiento de Cristo fue compensado por el llenado de su cuerpo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, no una institución, sino el cuerpo de Cristo. Así es como lo describe San Pablo en repetidas ocasiones. Así como mi cuerpo está compuesto por millones y millones de células, y es uno porque está dignificado por un espíritu o alma, y es presidido por una cabeza visible, y gobernado por una mente invisible; de igual manera todos los que estamos bautizados en Cristo, y hemos recibido su palabra, somos uno; porque somos vivificados por el Espíritu Santo, gobernados por una cabeza invisible: Cristo en el cielo, y presididos por una cabeza visible: el Sumo Pontífice. 

La Iglesia es la esposa de Cristo —esta es otra forma en que la Iglesia es descrita como el pléroma de Cristo—, y Cristo es el esposo. La Iglesia es la esposa, y a través de los siglos ha crecido en gracia, conocimiento y sabiduría —al igual que Jesucristo creció físicamente con el pasar de los años—. ¡Ciertamente tenemos escándalos! ¡Y en abundancia! Particularmente en estos días. Pero después de todo, también hubieron escándalos en la vida de Cristo. Él dijo: «¡Dichoso aquél a quien yo no le sirva de escándalo!» ¿Por qué? Porque Él debía cargar con la cruz, para que sus manos pudieran ser clavadas, y así morir. Así como hubieron escándalos físicos en la vida física de Cristo, también hay escándalos morales y místicos en el cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Hoy día existe una pasión por difamar a la Iglesia. Vendrá el día en que estemos ansiosos por arrepentirnos y orar. La Iglesia ha tenido, y tiene la excomunión, mediante la cual uno puede ser separado del cuerpo de Cristo. Incluso hubieron algunos casos severos durante los últimos siglos. Pero hoy día, hay quienes se excomulgan a sí mismos, lo cual es una tragedia para ellos y para el corazón de Cristo.

  ¿Porqué es que siempre tenemos que ver lo malo? Eso es lo único que la prensa quiere. Por eso nunca veo las noticias, porque todo lo que reportan es malo. ¿Alguna vez escucharon sobre el doctor que atendió a un paciente con gangrena? El doctor le dijo a al paciente: «Usted padece de un grave caso de gangrena. Debemos amputarle la pierna.» El día después de la cirugía, el doctor vino a ver al paciente y le dijo: 

—Le tengo noticias buenas y noticias malas. Las malas primero: le amputé la pierna equivocada.

—¿Pero cómo es posible?

—Pues… estaba oscuro y no sabía lo que hacía. Pero también le tengo buenas noticias.

—¿Cuáles?

—Que la pierna mala está mejorando.

A los reporteros les encanta dar malas noticias. ¿Alguna vez han notado cómo se les hace la boca agua tan pronto un avión se estrella? 90 personas mueren, y ellos no pueden esperar para estar en el aire reportando sobre la muerte. Hay como un cierto deseo por la muerte en ellos y en la prensa en general. ¿Será acaso porque sus conciencias están podridas, y reportan únicamente lo malo para de cierta manera expiar sus pecados? ¿Será por eso que lo único que reportan sobre la Iglesia son sus abusos y escándalos? ¿Será por eso que lo único que me preguntan durante una entrevista es sobre los sacerdotes y las monjas que están abandonando la Iglesia? ¡Ciertamente lo están haciendo! ¡Que Dios se apiade de sus almas! Pero cuando ustedes van a un hospital, ¿cómo lo describen? Yo sé una forma de describirlo: pus, quemaduras, sangre, amputaciones, virus, enfermedad, inmundicia. También sé otra forma de describirlo: cuidado, amor, conocimiento, servicio, sanación. La Iglesia es como un hospital, y su principal misión es la sanación. Y el pléroma de la Iglesia está aumentando. Miren por ejemplo a la hermana Teresa de la India. Esta grande y notable mujer —quien no pesará más de 90 libras— empezó una comunidad hace 15 o 20 años en la India para cuidar de los marginados, no los pobres sino los marginados. Ahora tiene 600 novicias. Otra monja en la India, quien también está cuidando de ellos, inició una comunidad hace 3 años, y ya tiene 300 novicias. Yo conozco una comunidad en el este que tiene 1200 hermanas pero solo 2 novicias. ¿Cuál es la diferencia? Algunos se están guardando para sí mismo; no se están entregando. En el sacerdocio, si no hay vaciamiento tampoco hay llenado. Este es el principio básico de nuestra fe. La humilde encarnación, y la exaltación que la sigue. En mi opinión las palabras más crueles que se pueden encontrar en las sagradas escrituras son: «…ya recibieron su paga.» ¡Creanme, eso da miedo! Cristo, quien se vació a sí mismo, y se hizo esclavo, vive ahora en el mundo en su cuerpo místico que es la Iglesia.

Una vez le pregunté a un ministro luterano que pasó 13 años bajo tortura en una prisión comunista: 

  —¿Cuál fue su perspectiva del mundo occidental, luego de haber pasado 13 años en prisión?

  Él dijo: —La gloria del cuerpo místico, la Iglesia. ¡No! No la Iglesia que nosotros tenemos; no la Iglesia que nosotros vemos y con la cual nos sentimos cómodos, sino la Iglesia del pueblo ruso que sufre; la Iglesia de esos grandiosos cristianos que estuvieron en prisión conmigo, de esos santos cuyos nombres nadie recordará. Eso es lo más grandioso que jamás he visto.

Nosotros hemos sido bendecidos con grandiosos pontífices. A lo largo de mi vida he conocido personalmente al Papa Pío XI. Recuerdo una vez que lo visité, y me dijo: —¿Has leído a Taparelli? En realidad, me estaba haciendo un exámen de filosofía. Sonrojado de la vergüenza le dije: —No. Él dijo: —¿En verdad nunca ha leído a Taparelli? —No, su santidad. Él dijo: —Pues entonces, después de esta audiencia, vaya y compre los dos volúmenes de Taparelli.

Para aquellos que no conocen a Taparelli, Taparelli escribió dos volúmenes sobre ética, y cada volumen es enorme. Así que tuve que leerlos, porque el Papa pensaba que mis bases sobre la ética no serían lo suficientemente sólidas hasta que leyera a Taparelli.

Después tuvimos al Papa Pío XII, a quien conocí antes de que fuera pontífice. Recuerdo que una vez estábamos en una audiencia, y de pronto empezó a orar, al punto que ya no estaba en la habitación, simplemente había olvidado que se encontraba allí.

Una noche, estaba hospedado en un hotel en Roma, cuando de pronto recibí una llamada telefónica, y la voz al otro lado del teléfono me dijo: —El Papa Juan XXIII quiere verlo. Al principio pensé que era una broma, pero luego pensé que mejor iba en caso de que fuera verdad. Cuando llegué al Vaticano —aproximadamente a las 9:30 de la noche— un guardia me dijo: —¡Apresúrese! Su Santidad lo está esperando. Cuando llegué donde se encontraba el Papa, me dijo: —¿Lo mantuve esperando? ¿Lo molesté? Yo le dije: —¡No! Simplemente me sorprendió que me llamara…. Él dijo: —Quería darle esta cruz pectoral. Así que me dió una cruz pectoral, y me dijo: —Guárdela en su sotana, escóndala y no se la muestre a nadie hasta que salga de Roma porque los demás se van a poner celosos.

Y en otra ocasión, el Papa Juan XXIII me dijo: —Sabes, nuestro Señor sabía desde toda la eternidad que yo sería papa. Nuestro Señor Jesucristo sabía desde toda la eternidad que yo alcanzaría la edad de 80 años. ¿No le parece, a usted, que teniendo una eternidad para trabajar pudo haberme hecho más guapo? Él fue una vez a una prisión, y finalmente llegó a la celda de un prisionero sentenciado a muerte. Le preguntó al alcalde de la prisión porqué se encontraba preso ese hombre. El alcalde le respondió que había asesinado a su esposa. El Papa intentó hablar con el prisionero, quien se rehusaba a voltearse para hablar con el Papa. Su Santidad le dijo: «Joven, yo nunca me casé, pero ¿sabe?, si me hubiese casado probablemente también habría asesinado a mi esposa». Desde ese momento se hicieron amigos.

Y nuestro regente pontífice, Pablo VI —a quien ví hace tan solo 6 meses—, cada vez que me ve, ¡cada vez! —y lo veo al menos una vez al año en una audiencia privada—, me dice siempre: «¿Usted sabe que todos los días oro personalmente por usted?»

Estos son los pontífices que hemos tenido. Y esta es solo una pequeña mirada personal sobre ellos, pero todos son hombre muy santos, y nuestra Iglesia ha sido bendecida de tenerlos. Así que, para concluir, háganse ustedes mismos nada; sean humildes; sean generosos en relación con los demás; no se guarden nada para ustedes mismos: entre más se vacíen mejor puede trabajar Dios en ustedes. Y por último, amen a la Iglesia, que es la realización histórica de la encarnación. ¡Amen a sus pontífices! porque si nos separamos del Santo Padre nos perderemos. Nuestro Señor dijo a Pedro: «¡Simón, Simón! Sábete que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo —estaba hablando en plural, es decir: “cribaros a vosotros 12”—, pero yo he rogado por tí, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.» Nuestro Señor estaba diciendo que de los 12, aquél por quien Él oraba era Pedro. ¡A pesar de que Pedro era débil! Y a través de la influencia de Pedro y la oración de nuestro Señor, Pedro fortalecería a los demás.

Nosotros los obispos, sacerdotes y laicos compartimos la oración de Cristo en distintas maneras porque somos uno con Pedro, y porque somos uno con Pablo. Así que: ¡amen a la Iglesia! Y no toleren a quienes les dicen que la Iglesia es sólo huesos, sólo una institución, cuando ustedes saben que tiene carne y sangre. La Iglesia es la protectora de nuestra libertad.

Lejos en el mar había una isla, rodeada de muros. Dentro de esos muros los niños jugaban, bailaban y cantaban. Un día unos hombres vinieron remando en un bote, y le dijeron a los niños: «¿Quién puso esas murallas que restringen vuestra libertad? ¡Liberense! ¡Derriben esas murallas!» Así que los niños derribaron las murallas. Ahora, si ustedes van a esa isla, encontrarán a todos los niños reunidos en el centro de la isla, temerosos de cantar, temerosos de jugar, temerosos de bailar, temerosos de caer en el mar.

¡Dios los ama!