Fulton Sheen en Español

Presentado porFrancisco Rojas

El arzobispo estadounidense Fulton John Sheen fue uno de los líderes católicos más reconocidos e influyentes del siglo XX. En este podcast les presentamos las enseñanzas del Obispo Sheen en español.

02 – Jesús, el Eterno Sacerdote

  • Episodio: 2
  • Serie: Un retiro para todos (A retreat for everyone)
  • Título: Jesús, el Eterno Sacerdote (Jesus, the Eternal Priest)

Resumen

Este es el 2/15 discursos dados por el arzobispo Fulton Sheen durante un retiro para el clero, religiosos y laicos. El título original en inglés es «Jesus, the Eternal Priest». En este episodio, el obispo Sheen explica el significado del sacerdocio y la relación entre el sacerdocio y la victimización.

Transcripción

Estoy consciente —mientras les imparto este retiro— de que ustedes también conocen la vida espiritual. De manera que me siento como el sobreviviente de la inundación del pueblo de Johnstown. Como ustedes recordarán, esa fue una gran inundación que se dio años atrás en el estado de Pensilvania, donde muchas personas perdieron la vida. Pues bien, un sobreviviente de esa inundación fue al cielo y le dijo a San Pedro: «Aquí hay muchos que nunca han escuchado sobre la inundación de Johnstown. Si usted me diera un auditorio, yo les hablaría al respecto». San Pedro le dio un buen auditorio, y el auditorio se llenó. Y justo cuando el sobreviviente estaba a punto de iniciar su discurso, San Pedro vino, le tocó en el hombro, y le dijo: «Quiero que sepas que Noé se encuentra en la audiencia». Así que, mientras les hablo sobre la vida espiritual, estoy consciente de que hay muchos Noés presentes aquí.

Ahora bien, esta conferencia es la clave de todo el retiro, de manera que vamos a referirnos a ella constantemente. Así que iniciamos con el capítulo 16 de San Mateo. Nuestro Señor visitó la ciudad judía y pagana de Cesarea de Filipo. Allí había una estatua del dios griego “Pan”. Y en esa ciudad decidió hacer la pregunta más importante que alguien podría formular —y la pregunta que eventualmente todos tendremos que responder— dijo: «¿Quién dicen los hombres que soy?». En otras palabras: «¿Cuál es la votación?, ¿cuál es la encuesta?, ¿ya enviaron los cuestionarios?». Pues bien, la respuesta en lenguaje moderno sería: «El 10% dice que eres Juan el Bautista; el 12.8% dice que eres Elías; el 15.4% dice que eres Jeremías; y el porcentaje restante está dividido entre los profetas». Cuando se le pregunta a los hombres su opinión sobre quién creen ellos que es Cristo, no se obtiene más que respuestas confusas y contradictorias. Así que nuestro Señor no tuvo otra respuesta más que un silencio fulminante e indiferente. Ese día, el principio democrático de la religión fue rechazado.

Nuestro divino Señor Jesús, ahora recurre a la teoría aristocrática de la religión. Ya no recurre a la opinión pública. Ahora le habla a su casa de señores, a los aristócratas, al concilio, a su equipo apostólico: «¿Quién dicen ustedes que soy?, ¿quién soy yo?». No hubo respuesta. Primero que nada, ninguno había sido autorizado para hablar; y además, todos tenían sus dudas. Judas estaba totalmente convencido de que no le interesaba la política. Tomás: triste, lúgubre, siempre esperando que llueva el día del picnic. Tomás no tenía respuesta para una pregunta de ese tipo. Andrés —el encargado de las relaciones públicas entre los apóstoles— no estaba interesado porque no había nadie a quién presentar. Siempre que Andrés aparece en el evangelio, está presentando a alguien. Él le presentó Pedro a nuestro Señor Jesús; le presentó los griegos a nuestro Señor; y le presentó el niño con los panes y los peces a nuestro Señor. Luego tenemos a Santiago y a Juan, que se habían coludido mutuamente y estaban intentando que su madre le pidiera al Señor el primer lugar para sí mismos. Y Felipe, Felipe era el economista del grupo apostólico, ya que ningún problema de negocios era demasiado grande para él. Por ejemplo: «¿Cuánto costaría alimentar a 5000 personas?». Felipe permaneció en silencio. Él era el economista de los apóstoles, así que no hubo respuesta. Los aristócratas no tenían lider. Finalmente, un hombre —como lo enseña el Concilio de Vaticano— sin el consentimiento de los demás —y esto es importante— sin el consentimiento de los demás, da un paso adelante y da la respuesta correcta. Y dice: «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios vivo». Eso era cierto pero ¿cómo lo supo?, ¿estudió él los motivos de credibilidad: las profecías, los milagros, las aspiraciones del corazón? ¡No! ¿Cómo supo él que Cristo era Dios?, ¿cómo lo sabemos nosotros?, ¿cómo lo saben ustedes?, ¿cómo lo sé yo? No lo sabemos simplemente porque estudiamos; eso es solamente preparación. Es el cielo quien lo revela. San pablo dice: «Solo aquellos que poseen el Espíritu pueden llamar a Jesús “Señor”». Así que nuestro Señor dijo: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Así fue como él lo supo. ¿Qué tenemos hasta ahora? Tenemos a Cristo como hombre y tenemos a Cristo como Dios: él es ambos. Hombre para así poder hablar en nuestro nombre; Dios para así poder expiar nuestras ofensas. Esto es lo que nosotros, los sacerdotes, conocemos como el Concilio de Calcedonia. Esto es lo que aprendimos en nuestras clases de teología. ¡Y es verdad! Esto es lo que se conoce como unión hipostática: Cristo es Dios y hombre.

Haré un paréntesis aquí para el clero que está presente. ¿Por qué es que, mis queridos padres, cuando nosotros estudiamos teología —y ustedes hermanas reciben también una pizca de esto durante sus clases de verano— nos quedamos solamente con esta noción de que Cristo es Dios y hombre?, ¿es que acaso la escena se termina aquí?, ¿no les gustaría continuar? Ya sabemos quién dicen los hombres que es él; ya sabemos quién dice el cielo, el Padre celestial, que es él; pero ¿quién dice nuestro Señor que es Él? Esto es lo que tiende a olvidarse. Conforme la escena continúa, nuestro Señor ahora les dice —y aquí me gustaría recordarles, mientras leemos Mateo, que Jesús empezó a dejarle claro a los discípulos que debía ir a Jerusalén; cargar con el desprecio de los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley; ser muerto; y resucitar nuevamente al tercer día— así que, nuestro Señor ahora les dice que él es una víctima. ¡Sí, una víctima!. ¿Para qué? Como propiciación de nuestros pecados. Sin embargo, una víctima debe ser ofrecida por alguien. ¿A quién ofrece nuestro Señor? Se ofrece a sí mismo. Por consiguiente, él es sacerdote y víctima; oblatus est quia ipse voluit, se ofrece a sí mismo como una ofrenda.

Ahora bien, aquí me gustaría preguntarle, primero a los sacerdotes, luego a los religiosos y religiosas, y por último a los laicos: nuestro Señor declara ser sacerdote y víctima, cuando lo hace —al igual que lo hizo en su bautismo, al igual que lo hizo en la última cena— ¿a qué estaba haciendo referencia? se estaba refiriendo al capítulo 53 de Isaías. Ocho siglos atrás, el profeta había profetizado lo que él sería. El capítulo 53 de Isaías dice: 

No tenía apariencia ni presencia; y carecía de aspecto que pudiésemos estimar. Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro para no verle.
Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro para no verle.
Despreciable, un Don Nadie.

¡Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado.
Mas fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas.
Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas.

Todos errábamos como ovejas, cada uno marchaba por su camino, y Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
Fue oprimido y humillado, pero él no abrió la boca.
Como cordero llevado al degüello, como oveja que va a ser esquilada, permaneció mudo, sin abrir la boca.

Detenido, sin defensor y sin juicio, ¿quién se ocupó de su generación?
Fue arrancado de la tierra de los vivos, herido por las rebeldías de su pueblo; pusieron su tumba entre malvados, su sepultura entre malhechores.
Por más que no cometió atropellos ni hubo nunca mentira en su boca, Yahvé quiso quebrantarlo con sus males. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días; su mano ejecutará el designio de Yahvé.
Después de sufrir, verá la luz, el justo se saciará de su conocimiento.
Mi Siervo justificará a muchos, pues las culpas de ellos soportará.

Le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, pues se entregó indefenso a la muerte y fue tenido por un rebelde, cuando él soportó la culpa de muchos e intercedió por los rebeldes.

Isaías 53

Por consiguiente, cuando nuestro Señor pronuncia esa profecía, como lo había hecho anteriormente en varias ocasiones, se estaba refiriendo a sí mismo. Como víctima por nuestro pecados, asumió nuestra culpa.

Nosotros, los sacerdotes, asistimos al seminario. ¿Para qué es el seminario?, para prepararnos y rezar a fin de mantenernos fieles a nuestro llamado. ¿Qué fuimos ordenados?, sacerdotes. ¿Cómo nos hacemos llamar?, sacerdotes. ¿Es eso acaso lo único que nuestro Señor era?, ¿solamente un sacerdote?, ¿acaso no se ofreció a sí mismo?, ¿acaso no era él, inseparablemente, víctima y sacerdote? ¿Cómo es, entonces, que hemos enfocado toda nuestra teología en el sacerdocio, cuando eso es solamente la mitad de nuestra vocación? El sacerdocio de nuestro Señor es diferente de todos los demás sacerdocios del mundo. Todo sacerdote judío ofrece algo distinto de sí mismo: un cordero, una cabra, un buey; todo sacerdote egipcio, todo sacerdote pagano, ofrece algo aparte y distinto de sí mismo: vino era derramado; trigo era quemado; incluso se ofrecían sacrificios humanos. Pero cuando nuestro Señor vino, se ofreció a sí mismo. Él era tanto sacerdote como víctima. Y eso es lo que somos nosotros los sacerdotes. Uno de los problemas que tenemos hoy día en nuestro sacerdocio es que simplemente lo hemos olvidado. Pero se supone que nosotros debemos ser ambos: sacerdotes y víctimas. Ambas palabras deberían unirse en una sola: sacerdotes-víctimas. Nosotros nos ofrecemos a nosotros mismos. 

Y ustedes también hermanas; ustedes mismas se han consagrado a Dios. Ustedes se ofrecen a sí mismas: una vez ustedes se postraron en el suelo del santuario y se ofrecieron a Dios, a Cristo. Ustedes también ofrecen algo, y ese algo son ustedes mismas.

Ustedes, laicos, son miembros del sacerdocio real; pero el sacerdocio real de Cristo es inseparable de su victimización. Por consiguiente, ustedes están llamados a continuar la vida de sacrificio de Cristo.

¡Este es nuestro Señor!, pero nosotros hemos abandonado ese aspecto de su vida. Como resultado, nuestra vida espiritual está dispersa. No estamos dispuestos a entregarnos total y completamente a Él. Pensamos que todo lo que tenemos que hacer es simplemente tener algún tipo de comunión con él por medio de la oración. En la próxima conferencia a las 12 m., veremos cómo todo esto ocurre durante la misa: cómo somos víctimas y sacerdotes. Los religiosos y laicos también.

Esta unión de sacerdote-víctima es la forma en que nuestro Señor se reveló a sí mismo. ¡Desde su nacimiento ya era un sacerdote! ¿Por qué?, porque él recibió la gloria: la gloria de su ofrecimiento. Los ángeles cantaron; otros trajeron regalos al Sacerdote. ¿Qué trajo uno de los reyes magos?, mirra. ¿Para qué se utilizaba la mirra?, para los entierros. ¿Qué pensarían ustedes, madres, si cuando su hijo naciera alguien les trajera fluido para embalsamar? Nuestro Señor fue enterrado con 100 libras de mirra y especias; en otras palabras: Él estaba destinado a morir.

Es el sacerdocio lo que nos relaciona con Dios; es la victimización lo que nos relaciona con los hombres. El sacerdocio se relaciona con la santidad; la victimización se relaciona con lo profano. El sacerdocio es la relación vertical con el cielo; la victimización es la relación horizontal con el mundo. De manera que tenemos hoy día, en la Iglesia, el sentimiento de que quizá no hemos estado totalmente con Cristo. Así que tenemos algunos religiosos y sacerdotes que dicen: «Tengo que ir al mundo; tengo que servir al mundo». ¡El instinto es bueno! Pero los jóvenes sacerdotes que —Dios los bendiga— no han sido capaces de expresarse correctamente —aunque en cierta forma ya sabían que debía de haber algún tipo de dedicación, algún tipo de servicio— terminaron abandonando el sacerdocio. ¡Ese fue su gran error! Créanme: la victimización no es nada sin la santidad. Pero eso es lo que ellos buscaban inconscientemente. Lo mismo aplica para las monjas: «¡Oh! Tengo que salir; tengo que servir; tengo que trabajar; tengo que ser práctica; tengo que ser relevante». ¡Claro!, pero cuando lo hacen, con mucha frecuencia, demasiados de ustedes se vuelven mundanos. Los comunistas de cierta manera son víctimas, pero carecen de santidad, carecen de una relación con Dios.

Pues bien, ya mencioné el sacerdocio y la victimización en relación a la encarnación. También podemos verlo en su pasión. Nuestro Señor se encontraba en el jardín —noten la divinidad, el poder, la santidad— y cuando los soldados vinieron a arrestarlo, dijo: «¿A quién buscáis?», ellos dijeron: «A Jesús el Nazareno.», y él dijo: «Yo soy.». ¡Éxodo! ¡Dios! ¡Sacerdocio! Entonces, ¿qué sucede?, lo arrestaron y se lo llevaron. ¡Víctima!

En la corte de Anás y Caifás: sacerdocio, relación con Dios: «Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo a juzgar a vivos y muertos.» ¡Víctima! Culpable de blasfemar. Caifás dijo: «¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?» ¡Seguro que blasfemó! ¿Por qué?, porque nosotros blasfemamos; porque él tomó nuestro lugar en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Intercesión, sacerdocio. Víctima: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» Sintió la soledad del hombre.

Así que, una de las faltas más grandes que hemos cometido en nuestra vida espiritual es que dejamos de estudiar a Jesús a la mitad del capítulo 16 de Mateo. No hemos profundizado en lo que Él realmente es. Y nosotros los sacerdotes —y ustedes también religiosos, religiosas y laicos— estamos llamados a ser santos; a diferenciarnos del mundo; a separarnos del mundo. Esa es la esencia del sacerdocio: separación, diferenciación, victimización. Ser uno con los problemas, las enfermedades, las ansiedades, los temores y las frustraciones del mundo; no solamente de nuestra parroquia; no solamente de nuestros conventos; sino el mundo entero.

Aquí me gustaría hacer otro paréntesis para los sacerdotes: ustedes recordarán, padres, que durante los últimos 5 años ha aparecido un nuevo tipo de teólogos. El tipo de teólogos que en lugar de escribir libros escriben para revistas y periódicos, y que tienen que decir cosas impactantes con tal de llamar la atención. Estos teólogos —recordarán ustedes— desarrollaron la siguiente idea del sacerdocio: 

La fe de los sacerdotes es como un triángulo. La base del triángulo representa al pueblo de Dios. Y el pueblo de Dios acepta al sacerdote como su presidente, así que él se sienta en la silla del ministro. Él preside sobre el pueblo de Dios. Él es hecho por el pueblo. Durante su ordenación, el obispo pregunta: «¿Alguien en la congregación tiene alguna objeción en contra de la ordenación de este hombre?».

Entonces, los más estudiados entre ellos dicen:

Si prestan atención, la palabra “hiereus” —la palabra griega para sacerdote— nunca es utilizada para referirse a nuestro Señor como sacerdote —simplemente porque él no es un sacerdote en el sentido estricto de la palabra—. Así que, si el pueblo de Dios hace al sacerdote, entonces el pueblo de Dios puede deshacerlo.

Ese es su argumento. ¿Recuerdan?, de seguro ustedes lo han escuchado. Ahora bien, ¿cuál es el problema con ese argumento? Pues que invirtieron el triángulo. El triángulo apuntaba hacia arriba pero ellos lo hicieron apuntar hacia abajo. ¡El pueblo de Dios no hace al sacerdote! ¿O es que acaso, cuando nuestro Señor eligió a los apóstoles, anduvo por Cafarnaún, Galilea y Jerusalén preguntándole al pueblo de Dios quiénes querían ellos que fueran sacerdotes? Él pasó la noche en oración, en unión con el Padre, y luego los eligió uno por uno. Así que no es el pueblo de Dios quien nos hace. Es Jesús quien nos hace. Por eso es que un triángulo no puede sostenerse sobre un vértice.

Entonces, ¿qué es un sacerdote?, ¿qué lo sostiene? Un sacerdote está unido a Cristo que es la cabeza de la Iglesia, como lo establece el Concilio de Vaticano: «El sacerdote está primero que nada relacionado con Cristo, la cabeza; luego está relacionado con Cristo, el cuerpo.». Primero le pertenecemos a Cristo, luego a la Iglesia que es el cuerpo. Nuestro Señor dijo: ¡Yo los he elegido!». Él no dijo: «¡El pueblo los ha elegido!». Él dijo: «¡Yo los he elegido. Por consiguiente, cuando ustedes abandonan, me abandonan a mí, y solo en segunda instancia al pueblo!». Ciertamente, la palabra “hiereus” (sacerdote) no es utilizada en el nuevo testamento para referirse a los sacerdotes. ¿Por qué?, porque la palabra griega “hiereus” había sido utilizada por siglos para referirse a sacerdotes judíos y paganos; y los sacerdotes judíos y paganos siempre sacrificaban algo distinto de sí mismos. De manera que, el Espíritu Santo no podía utilizar la palabra “hiereus”  para referirse a nosotros; porque nosotros hemos sido llamados a ser diferentes como Cristo fue diferente. Hemos sido llamados a ser sacerdotes-víctimas. Así que, había que utilizar una palabra distinta a “hiereus”. Por la misma razón, no somos llamados “pastores” ni “ministros”. No utilizamos esas palabras ni la palabra “hiereus”, porque no somos únicamente predicadores de la palabra. Somos representantes; somos embajadores de Cristo; somos sacerdotes-víctimas. Así que la palabra que utilizamos es “presbítero”. Un presbítero o anciano, no era alguien viejo, era alguien que había sido herido, herido en Cristo, ese era el significado de presbítero. Por lo tanto, no somos solamente sacerdotes.

No solamente nosotros, los sacerdotes, ustedes, monjas y laicos, también son miembros del sacerdocio real; y ustedes, laicos, son miembros de la victimización real. Ahora bien, no me vayan a malinterpretar, cuando hablo de Cristo como sacerdote y víctima, no quiero decir que tenemos que salir corriendo a ponernos un cilicio para hacer penitencia. Hoy día no hay necesidad de ponernos cilicios. ¡Nuestro vecino es nuestra penitencia; vivimos en constante penitencia! En la antigüedad usábamos un cilicio porque estábamos distanciados los unos de los otros, así que debíamos hacer algún tipo de penitencia. Hoy día las penitencias están alrededor nuestro.

¿Qué significa todo esto? Significa que nuestro Señor puede llamarnos a sufrir algún acto de victimización. Pero si no lo hace, entonces nuestra victimización significa que debemos identificarnos con aquellos que sí sufren. Ese es el significado de la victimización. Y eso cambia por completo nuestra actitud hacia el cristianismo. Después podemos disponernos a proclamar a Cristo.

Una de las cosas más impactantes hoy día es que, debido a nuestro distanciamiento de Cristo, hemos fallado en hacer a Cristo visible a los demás. Tenemos a monjas deshaciéndose de cualquier distintivo de Cristo, al igual que muchos sacerdotes. Desechan cualquier cosa que los identifique con Cristo. Por consiguiente, Cristo se hace menos visible. Quieren identificarse con el mundo. Pero recuerden lo que dijo nuestro Señor: «Si me niegan ante los hombres, yo los negaré ante mi Padre que está en el cielo.». Una Iglesia, santa, católica, apostólica, ¡visible! Pero a veces fallamos en la visibilidad.

Aquí tengo un poema —escrito por el poeta inglés Sydney Carter— que expresa lo que he dicho. Es un poema bastante atrevido. Trata sobre una conversación hipotética que los dos ladrones que fueron crucificados junto a Jesús tuvieron, justo antes de que uno de ellos reconociera a Cristo como Dios. Es la protesta que hace uno de ellos mientras mira a este buen hombre de la cruz del medio:

Fue viernes por la mañana que de la celda me sacaran
cuando ví un carpintero que querían crucificaran.
Pueden culpar a Pilato, y a los judíos también,
pueden culpar al Diablo, pero culpo a Dios también.

No a tí ni a mí sino a Dios deberían crucificar
le dije al carpintero que acaban de colgar.

Barrabás era un asesino que ha sido liberado.
Pero no entiendo, porqué a tí te han crucificado.
Tu Dios está en el cielo sin siquiera compadecerse
con millones de ángeles que miran, sin tan siquiera moverse.

No a tí ni a mí sino a Dios deberían crucificar
le dije al carpintero que acaban de colgar.

It’s God they ought to crucify por Sydney Carter

¡Es cierto! ¡Era a Dios a quien debían crucificar! Por eso es que San Pablo dijo que Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo, Él había descendido. Por eso debían crucificarlo y así lo hicieron. ¡Cristo! el sacerdote y la víctima.

En conclusión, miren el crucifijo sobre el altar. Imaginen que quitamos el cuerpo del crucifijo. Y ponemos el cuerpo de Cristo de un lado, y del otro lado ponemos la cruz. —Por cierto, cuando viajo por el país, me encuentro con que las fuerzas demoníacas del mundo están entrando en las iglesias, y removiendo el cuerpo de Cristo de los crucifijos.— Digamos que de este lado tenemos a Cristo sin la cruz, y de este otro tenemos la cruz sin Cristo. ¿Quién creen ustedes que tomaría a Cristo sin la cruz? Las civilizaciones acaudaladas de occidente, con su cristianismo cómodo, que se queda en palabrerías. Nosotros tomaríamos a Cristo, y utilizaríamos el evangelio para autocomplacernos; lo utilizaríamos a Él para escribir libros como: “Jesús y la revolución”, “Jesús y el militarismo”, “Jesús y el sexo”. ¡Lo explotamos a nuestro antojo! Y el soporta cualquier causa que queremos que cargue. 

¿Quién toma la cruz sin Cristo? ¡Rusia! ¡China! Orden, disciplina, sacrificio, victimización, dedicación a una causa común. Los principios ascéticos del cristianismo se han movido de occidente a Rusia y China. 

Pero, ¿qué es Cristo sin la cruz? ¡Debilidad! Nunca hablaría del infierno; nunca hablaría de la santidad del matrimonio. El Cristo que nunca sacaría a los mercaderes del templo; y el Cristo que nunca cargaría la cruz. Y, ¿qué es la cruz sin Cristo? ¡Totalitarismo! ¡Dictadura! La supresión de la libertad. La explotación del individuo, como uvas que se exprimen para crear el vino totalitario que alimenta al estado.

El problema político del futuro es realmente una pregunta teológica. ¿Recobrará Cristo la cruz antes de que la cruz recobre a Cristo? Respondan ustedes a esa pregunta mientras meditan al respecto. ¿Quién será el primero en descubrir a Cristo como sacerdote y víctima? ¿Será occidente o serán los países totalitarios? Ustedes tienen su opinión, yo tengo la mía. Yo creo que Cristo será reunificado a la cruz primero por aquellos que, aunque sea parcialmente, enfatizan su victimización, es decir, Rusia y China.

¡Dios los ama!